16 junio 2011

Paranoias de encargo a medianoche

No suelo escribir por mandato. O por recomendación. Salvo por dinero, vendiendo cuatro letras mejor o peor unidas para intentar describir algo que me aburrió o me emocionó. Hoy es distinto, porque me diste la idea y con ella en la mente, abrí el documento en blanco. Le di varias veces a la tecla. Yo que me gano la vida, se supone, con esto, y que además mantengo este blog para expresar aquello que se me queda aún más adentro; ahora soy incapaz de cumplir lo prometido. Me pasa lo mismo que en aquellos momentos cuando abríamos un mail para dar las gracias, y no podíamos pasar nunca  del saludo sin recurrir al teléfono para pedir consejo. Por algún extraño motivo, soy incapaz de expresar esa felicidad compartida. No puedo, o quizá no quiero, contar a la gente como nos emocionamos por un gesto o una palabra. Igual, simplemente, no me apetece plasmarlo aquí en un papel, porque me parece mucho más íntimo ese recuerdo que cualquiera del templo, de los golfos, del fútbol o de mil historias similares. Para lo nuestro, ya ves, hoy creo que prefiero un banco y unas pipas, más que un blog y un ordenador.
Perdóname. Porque, además, dándole a la tecla me ha venido otro momento. Y no sé si te di las gracias. Así que voy a provechar. Porque, ahora, tanto tiempo después, la cicatriz en el alma me dice que aquel fue de los peores de los últimos tiempos. Posiblemente un punto de inflexión para muchas cosas. Es curioso, pero de lo que más me acuerdo de aquella noche es de tu presencia, silenciosa y cómplice, a mi espalda. No hizo falta ni una petición de ayuda que el orgullo no me permitió hacer, ni una mirada de socorro que no tuve fuerzas para lanzar, ni una lágrima que me hubiese delatado. Oíste lo mismo que yo, me miraste a la cara y me seguiste . Sin preguntas. Testigo privilegiado de cómo todo se derrumbaba en un momento. Una frase que me ponía delante a todos mis fantasmas, o más bien demonios, del pasado. La constatación de que aquel, era ya y por derecho propio, el tercer tropiezo, y siempre en piedras parecidas. Y yo balbuceando entre espejos y madera verde, que no me importaba nada, que era un cúmulo de golpes en el mismo sitio... Excusas baratas para no afrontar la verdad. Así que ahí me di cuenta de que te merecías una explicación. Larga, profunda y completa,  recuperando historias pasadas que juré enterrar en el olvido.
Y unos días después, me senté frente a ti, para que te entendieras porqué una gilipollez, (nunca pasó de eso) me estaba partiendo por dentro.
Releo y creo que es un relato inconexo, oscuro y casi sin sentido. No me apetece cambiarlo. Esto es lo que quería contar… Aunque no sé muy bien los motivos

04 mayo 2011

Necesidad de juntar letras. Sin más

Me fui de exilio físico. Pasaron cosas. Muchas. De esas que antes me quitaban el sueño y la tranquilidad. Me ha sorprendido que esta vez no ha ocurrido lo mismo. Me dejé llevar sin forzar nada, sin preguntar, sin pedir explicaciones y sin pensar en consecuencias. Actuar, pero no reflexionar. Cambio de criterio, para ver si así me va mejor. Y lo cierto es que he pasado unos días en calma. He recuperado además algo que creía perdido: una buena amistad. Con ello, he vuelto a disfrutar, desde entonces, de las conversaciones eternas sobre nada en concreto. Confesiones inconfensables a dos palmos del oído para que ni el aire se enteré de lo que nos contamos. Risas tontas por una frase cogida al vuelo. Gestos mil veces repetidos que sólo entendemos unos poquitos. En una palabra: complicidad…
Y la volví a liar. Por gilipollas. Sin motivos concretos. Cuándo se me agradecía, por fin, algo que había exigido tantas veces en la soledad de mi habitación. Ahora reconozco ese agradecimiento, pero en el momento se me cruzó y me sentó como un puyazo caído. Saqué la casta, pero no la de bravo, sino esa de manso que convierte en marrajo a cualquiera por buen hierro que lleve. Y contesté, con esa ironía de la que a veces abuso, olvidando que un texto es más frío que una palabra a la cara. Ahora me he arrepiento porque me lo han hecho ver, porque me he enfriado, porque he releído mi gilipollez. Por mil cosas. Pero, sobre todo, porque volví a oír la frialdad de la voz del amigo, dándole por perdido de nuevo. Un chasquido de quiebra, de rotura, ahora que todo parecía haber vuelto a la normalidad… No quiero darle más vueltas, porque me hace daño justo cuando pensaba que ya no me afectaba todo esto.
No tengo ganas de pensar. Doy al play y suena Sabina: … Incluso en estos tiempos veloces como un Cadillac sin frenos, todos los días tienen un minuto en que cierro los ojos y disfruto echándote de menos. Incluso en estos tiempos en los que soy feliz de otra manera, todos los días tienen ese instante en que me jugaría la primavera por tenerte delante... ¡Mierda!

07 abril 2011

Que suene a locura, fuera la cordura

Salimos del coche encabezando el pequeño grupo que ha sobrevivido a la fiesta nocturna. Toca desayuno para reponer fuerzas antes de dormir. Andamos despacio, como si quisiéramos que el amanecer nos pillase bailando. De pronto te paras frente a un portal con la típica placa de algún negocio, que no logro recordar, e hilvanas una historia sobre un amigo que comparte profesión con los del cartel. ¿Abogados, peritos, ingenieros, arquitectos? Ni idea. Puede que ni sea verdad. Conociéndote quizás sea una simple excusa para que el grupo nos adelante, con normalidad, para que nadie sospeche nada (yo creo que la niña...). Nos entretenemos sin otro motivo claro, repasando la noche entre risas y, haciendo que los demás nos saquen, con naturalidad, 15 metros en apenas medio minuto. De récord. La puerta del bar apenas se ha cerrado tras nuestros amigos, cuándo me arrinconas contra la pared. No tengo posibilidad de escapar, ni la busco porque me apetece tanto como a tí. Pasión y ternura. Ansias y delicadeza. Apenas hace cinco horas que nuestras bocas se encontraron por vez primera; y desde ese momento, has buscado sitios y momentos en la soledad que a veces ofrece la multitud, para perderte en mis labios de nuevo. Era un 9 de Abril, como el sábado que viene. Será por eso que llevo una semana recordando aquel día. Sin dolor. Sin nostalgia. Con una sonrisa en la boca. Creo que ya no lo echo de menos. O, al menos, ya no me cuestiono los motivos, las razones o la necesidad de repetir. Pero tengo claro que cuándo coincidamos en una mesa ese mismo día, yo brindaré en silencio por aquellos primeros besos que me fuiste robando aquella noche de Abril.

05 abril 2011

Escribir y torear

“Para ti, porque tienes más valor y más humanidad que aquella que te hace sufrir por la puta casualidad del nombre. Porque eres una gran aficionada y tienes unos labios que………….
Un marqués, buen amigo, me ha recordado que tal día como hoy, cumplirías años, maestro. Y he abierto esa biblia que un dia te dio por escribir, y no he podido pasar de esa dedicatoria. Porque se me han puesto de pie los recuerdos: Palencia, Madrid, El Cardenal, Casa Patas, Feria del Libro… Y “Sagrillas”, como dicen mi amigos, porque fue en la pequeña iglesia de mi querido pueblo dónde lloré tu muerte. Un domingo de agosto en que se me quebró el alma cuándo me dijeron que te habías ido. Creo que aún hoy no me lo creo, porque te siento vivo cada vez que releo tus palabras. O cuándo miro de nuevo aquellos vídeos mal grabados en una tarde de locura. ¡Cómo se te echa en falta! Y no sólo entre cuernos y encinas… ¡Qué va! Porque yo sigo utilizando tus textos cuándo algún golfo se cruza en mi camino. (“El que más pone más pierde. En el amor lo cómodo es dejarse querer. En el toreo pasa lo mismo. Pierde casi siempre el que se entrega, el que no se cansa de acudir al desafío). O cuándo siento que la vocación de juntar letras, desfallece entre sinvergüenzas del copia y pega (“Convertir una afición en profesión no deja de ser un servilismo doloroso, porque cuando el arte que llena el espíritu acaba siendo un medio de vida, necesariamente tiene que perder sinceridad”). Felicidades, maestro, dónde estés.

25 marzo 2011

Ya te están derrotando (Parte I)

Hoy tenía necesidad de darle a la tecla. Y me salió larga. Así que la divido en dos. Aquí la primera parte y un poquito más abajo la segunda. Además para entender todo, hace falta un breve vocabulario con vídeo incluido. Siento las molestias.
Falla: Teatro Manuel de Falla, en Cádiz. Aquí se celebra el concurso oficial de agrupaciones del Carnaval
Viña: Barrio dela Viña. Popular barrio de Cádiz, muy presente en las coplas carnavaleras.
Don Antonio, maestro, Martín, viñero: Antonio Martín, reconocido autor de comparsas de Cádiz con  numerosos premios, y un palmarés casi inigualable.
Ares, niño coplero/pirata: Antonio Martínez Ares, autor de comparsa, que se retiró del carnaval tras innumerables éxitos, harto de envidias, codazos y polémicas. Tras años de disputas, se reconcilió con Antonio Martín y se escribieron sendos pasodobles de admiración en los años que ambos fueron pregoneros. Además, el año después de que Ares realizase el pregón, Martín salió en su defensa ante las injustas críticas de muchos de sus compañeros. Ese pasodoble es al que se hace referencia en el texto, y lo podéis encontrar en este vídeo.

Días de Carnaval. No importa la hora de llegada a casa ni el cansancio acumulado en las horas de trabajo. Son cuartos en el Falla, y eso es otra de mis pasiones andaluzas en la distancia. Algo más de cuarenta días después, volverá a tocar trasnochar para intuir el olor del incienso y el azahar por las calles sevillanas. Siempre a través de la televisión. En esto de Don Carnal, hay días buenos, con pasodobles que llegan al alma, y cuplés que te sacan una sonora carcajada. Y te vas a la cama, feliz. Otros, te quedas indiferente, e internet se ofrece como la solución para volver a escuchar coplas de locura. No tengo cultura carnavalera suficiente, ni la busco, al menos de momento, así que casi siempre recurro a Martín y Ares. Me llegan, me emocionan.
Y así andaba el otro día escuchando la defensa que hace el maestro del niño coplero, cuándo me acordé de ti. Entre todas las personas del mundo que podrían encajar en aquello de un año coronado, y al siguiente vilipendiado, de las máscaras, de la envidia y de los niños copleros, no sé porqué me vino tu imagen. Años hace que apenas hablamos, pero la cabeza a veces tiene estas cosas. Porque igual que escribía Martín en ese pasodoble, contigo también se fue injusto. Demasiado. Quizás te lo buscaste por esa pinta de comerte el mundo a dentelladas salvajes. Y en este puto mundo de apariencias, tú vendiste esa. Protección. Una barrera como otra cualquiera. Yo suelo tirar por el sarcasmo y la ironía. Otros lo hacen por el físico. En el fondo, todos más blandos que el pan bimbo. La verdad es que nunca ha estado esto como para descubrir flaquezas y debilidades. El enemigo espera en cualquier esquina. Así que muchos se quedaron con esa imagen de la apariencia. Conmigo también ocurre. Y créeme, que lo siento por ellos.  (Continua...)

Ya te están derrotando (Parte II)

Algunos, con más suerte, nos asomamos, con vértigo eso sí, para saber si había algo detrás de aquello. Y encontramos algo completamente distinto. Una persona especial, por la que valía la pena librar batallas, como el maestro lo hace por Ares. Yo no puedo cantarlo en las tablas del Falla ni escribirlo en pasodoble, así que sólo me quedan las barras de bar, los bancos de plazas perdidas, y estas letras sin firmar que salen de mis mejores recuerdos. Pero a pesar de la diferencia con ese vídeo carnavalero, yo defiendo el mismo final que Don Antonio: muerte a la envidia, muerte a la envidia.
Confía en mi palabra, niño pirata, cuándo te digo que yo sigo moviendo mis buques por ti. Mantengo aún cruentas batallas contra quienes siempre te miraron desde abajo, y ahora creen tenerte a sus pies. Nunca entendieron nada, y la venganza se sitúa como perfecta excusa del cobarde. Ni les juzgue en su momento, ni lo hago ahora. Que me tiren a mi la primera piedra, que seguro que pequé antes. Sigo procurando, aunque cada vez menos, lo confieso, salir en tu defensa. En menor medida, sí, pero no porque no crea en mis motivos, sino porque cuánto más tiempo paso en mi Falla y en mi Viña particulares, más claro tengo que la envidia es algo genético en esta maldita tierra, forjada en falsos mitos de guerreros que se vendían al mejor postor.
Te escribo aquí que a veces te echo de menos. Por esa sonrisa casi eterna. Por esa capacidad para animar a la gente que peor andaba. Y cómo no, por aquellas cruzadas imposibles de ayuda al marginado. Por cierto, que algunos, te pagaron dejándote de lado. También me he preguntado alguna vez, que hubiera sido de mí de seguir a tu lado. Aunque, no te negaré, que no reniego de la decisión tomada. En aquel momento, tenía mis razones, y eso no se cambia. Pero posiblemente todo hubiera sido distinto. Lo cual, tampoco sé si es bueno o malo. Creo que no me puedo quejar de cómo me fue. Espero que tú tampoco. Por lo que me cuentan, por lo que me dicen, no te va mal. Y no sabes lo que me alegro.
Llevo con orgullo grabado en mi espada, la de las batallas, que yo fui capaz de ver detrás de esa máscara de carnaval. La de la arrogancia y la vanidad que llevabas, casi de continuo, ante un ambiente tan hostil como el que vivimos. Y junto a eso, cuando me lanzo contra el enemigo,  llevo siempre, sin importar distancias ni tiempos ni circunstancias, tu sonrisa prendida en el pecho. Que vengan, como decía el viñero, los miserables, que yo por ti me la juego, niño pirata, blandiendo otra vez mi espada ante el ataque ignorante. Muerte a la envidia.

24 marzo 2011

Ni los días, ni otras bocas

Probablemente sea quién mejor me conoce. También quién ha vivido más cerca un año desconcertante en mi vida. Sin olvidar qué ahora es, además, la única persona que conoce un pasado que juré olvidar y que, sin embargo, se ha hecho más presente que nunca en estos meses. Y esa persona dice que esta canción tenía que haber salido de mi puño y letra porque retrata la realidad de forma tan precisa, que da hasta miedo. Así que si tú lo dices, no hay nada que discutir. Y últimamente me ha vuelto a dar por parar el motor, encender un cigarro y subir el volumen del equipo. Escuchando, sintiendo y recordando. Estoy bien, no preocuparse. Pero me sirve para cubrir una necesidad, ésa que sé que ni debo, ni puedo, volver a calmar en sus labios. Será también que las flechas del destino se desviaron antes de llegar clavarse. Casi mejor así.