De fondo una conversación en la que se supone que estoy participando. Son palabras que hablan de un sueño hecho realidad pero en el que no estaré porque el puto destino tenía preparada otra cosa para mi, a pesar de las ganas y la ilusión. Quizá algún día… La mirada se va de paseo a las múltiples botellas que nos rodean, hasta que se fija en una. Y ahí sé que será imposible, como casi siempre, no comenzar el camino del destierro… Otra noche perdida y sin sueño que apuramos más allá del cierre, perdiendo el tiempo entre piratas y whiskys con Tía María. Explosiva mezcla. Insoportable resaca. Sale el ramalazo de golfo, y una niña entra en la conversación deslumbrada quizá por esa pinta de galán de feria. Hablo desde la experiencia. O quizá, en este caso, sólo atraída por la invitación a la copa. Pagafantas de cartel. Eso sólo la niña lo sabe. Comienzan las hostilidades. Me toca los costados por los dos puntos débiles: tú y esa profesión, bendita y maldita a partes iguales, que elegí cuándo no levantaba tres palmos del suelo. Y noto el sabor de la mala ostia en la garganta. Surge, de nuevo, la actitud rebelde y antisistema de cuándo empezaba a juntar letras dónde me dejaban. Apuro el chupito mientras te alejas y la nueva adquisición se queda a mi lado lanzando soflamas de progre de boquilla sobre la vocación, las universidades y no sé cuántas cosas más. Vista larga y mala uva. Me acerco. Bajo la voz y subo la furia. Te miro en la distancia para asegurarme que no me oirás. Me envalentono. Una amenaza cínica y directa. Sin miedo porque tengo al whisky como mozo de espadas. No doy opción a la respuesta. Tiró de bravuconadas. Batallitas. “Yo ya me dedicaba a esto y tú ni te planteabas tu vida más allá del fin de semana. Así que boquita cerrada”. Recomendaciones claras: pírate, que aquí no pintas nada. Y calladita, que esta conversación no ha tenido lugar. Puerta. Me mira y duda si dar réplica. Te acercas. Sonrío mientras despido, con todo mi cariño, a nuestra nueva amiga que, curiosamente, prefiere cambiarse de grupo a pesar de tu simpatía. Me sale una sonrisa recordando tu asombro por la espantá de aquel intento fallido de conquista. Ni te agradeció el brindis al sol. Mucho roneo, pero siempre acabamos tú yo…. Nene, pon un chupito, que acabo de recordar un gran momento. Sí, has oído bien. Whisky con Tía María. Por el periodismo y por los golfos. Y por el portero y la camarera ucraniana. Nada, tranquilos, son cosas mías.
10 diciembre 2010
09 diciembre 2010
Profeta de un milagro pagano
Andaba rematando la crónica con más ganas de irme a casa que de pasar a la historia por aquellas letras. Puro trámite. Sin nada interesante. Palabras correctas y anodinas para una tarde que mañana se me habrá olvidado. Suena el móvil y veo el nombre de quién me llama. Siento que mi cabeza se va de allí, pero esta vez, sólo en tiempo, ya que el plató del exilio es el mismo en el que estoy. Fiestas grandes de la ciudad. Pasan las diez de la noche y aún no he empezado a darle a la tecla. El que firma la crónica se ha despedido de mí en la puerta. Trabajo cumplido. A mi jefa le quedan apenas tres líneas para cerrar lo suyo. Y el resto, la carpintería que nadie lee pero que deja bonito el suplemento, esta en blanco. Me arrepiento de haber aceptado el papel de chica para todo. Pero ya es tarde, toca venirse arriba. No he abierto el programa de edición cuando suena el móvil. Ya han llamado de los otros medios, así que tiene que ser personal. Las miradas acusatorias se ciernen sobre mi porque el politono sigue sonando. Miro de refilón y al leer quién me llama sólo puedo pulsar la tecla verde. Nobleza obliga. La primera idea es pedir un retraso en la conversación de, al menos, una hora. Pero el interlocutor no esta dispuesto porque acaba de presenciar un milagro que debe contarme en el momento. Antes de nada, me quejo, para variar: que voy fatal, que no he empezado, que tal, que cual… Pero me mandan callar de inmediato. No me importa, dicen desde el otro lado. La confianza da un asco tremendo en ocasiones como esta. Me doy por vencida: venga va, cuéntamelo rápido. ¿Qué si sé dónde estas? Para adivinanzas estoy yo ahora. Claro, en el hotel de las tertulias. Como echo de menos aquello, cuándo tú y yo ocupábamos esa primera mesa y todo el mundo nos conocía. Y mírame ahora, aquí estresada. En el hotel tienen puesta la tele local. Mira que bien. Te ha gustado la crónica que he dado deprisa y corriendo. No me lo creo, pero bueno, te doy las gracias por el halago. Seguro que me sacas mil pegas, pero estaba súper apurada de tiempo y no tenía nada escrito. Dudo de si el motivo de la conversación en un momento tan malo para mí, es decirme que te ha gustado la crónica. Que no, que es otra cosa. Joder. Dios ha oído lo que has dicho. ¿¿¿Perdón???. Me cuentas que estaba sentado esperando a que empezase el coloquio y que al oír cómo hablaban de toros en la televisión de la cafetería, ha vuelto la silla y se ha puesto a escucharme atentamente. Creo que se me ha parado el corazón por unos segundos. Sigues con el relato. Y cómo todo el mundo hemos visto el gesto, pues cómo que se ha hecho un silencio y se han vuelto todos a mirar la tele que, por cierto, vaya imágenes malas que han puesto. Pero vamos que lo importante era la cara de atención que ponía "el que descumplía años por naturales", como le llamó Sabina, mientras tú hablabas de la tarde. Ahora sí que no me podré concentrar en darle a la tecla. Imposible sabiendo eso… El tono del móvil me saca de aquel exilio, y me traslada al presente. Vuelves a ser tú. Como aquel día de las fiestas. Como tantas y tantas veces. Y como nobleza obliga, esta vez también descuelgo, por si has vuelto a ver a Dios escuchando una crónica mía. O simplemente para oír los reproches de Pepito Grillo. Gracias por ser y estar.
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