16 junio 2011

Paranoias de encargo a medianoche

No suelo escribir por mandato. O por recomendación. Salvo por dinero, vendiendo cuatro letras mejor o peor unidas para intentar describir algo que me aburrió o me emocionó. Hoy es distinto, porque me diste la idea y con ella en la mente, abrí el documento en blanco. Le di varias veces a la tecla. Yo que me gano la vida, se supone, con esto, y que además mantengo este blog para expresar aquello que se me queda aún más adentro; ahora soy incapaz de cumplir lo prometido. Me pasa lo mismo que en aquellos momentos cuando abríamos un mail para dar las gracias, y no podíamos pasar nunca  del saludo sin recurrir al teléfono para pedir consejo. Por algún extraño motivo, soy incapaz de expresar esa felicidad compartida. No puedo, o quizá no quiero, contar a la gente como nos emocionamos por un gesto o una palabra. Igual, simplemente, no me apetece plasmarlo aquí en un papel, porque me parece mucho más íntimo ese recuerdo que cualquiera del templo, de los golfos, del fútbol o de mil historias similares. Para lo nuestro, ya ves, hoy creo que prefiero un banco y unas pipas, más que un blog y un ordenador.
Perdóname. Porque, además, dándole a la tecla me ha venido otro momento. Y no sé si te di las gracias. Así que voy a provechar. Porque, ahora, tanto tiempo después, la cicatriz en el alma me dice que aquel fue de los peores de los últimos tiempos. Posiblemente un punto de inflexión para muchas cosas. Es curioso, pero de lo que más me acuerdo de aquella noche es de tu presencia, silenciosa y cómplice, a mi espalda. No hizo falta ni una petición de ayuda que el orgullo no me permitió hacer, ni una mirada de socorro que no tuve fuerzas para lanzar, ni una lágrima que me hubiese delatado. Oíste lo mismo que yo, me miraste a la cara y me seguiste . Sin preguntas. Testigo privilegiado de cómo todo se derrumbaba en un momento. Una frase que me ponía delante a todos mis fantasmas, o más bien demonios, del pasado. La constatación de que aquel, era ya y por derecho propio, el tercer tropiezo, y siempre en piedras parecidas. Y yo balbuceando entre espejos y madera verde, que no me importaba nada, que era un cúmulo de golpes en el mismo sitio... Excusas baratas para no afrontar la verdad. Así que ahí me di cuenta de que te merecías una explicación. Larga, profunda y completa,  recuperando historias pasadas que juré enterrar en el olvido.
Y unos días después, me senté frente a ti, para que te entendieras porqué una gilipollez, (nunca pasó de eso) me estaba partiendo por dentro.
Releo y creo que es un relato inconexo, oscuro y casi sin sentido. No me apetece cambiarlo. Esto es lo que quería contar… Aunque no sé muy bien los motivos

04 mayo 2011

Necesidad de juntar letras. Sin más

Me fui de exilio físico. Pasaron cosas. Muchas. De esas que antes me quitaban el sueño y la tranquilidad. Me ha sorprendido que esta vez no ha ocurrido lo mismo. Me dejé llevar sin forzar nada, sin preguntar, sin pedir explicaciones y sin pensar en consecuencias. Actuar, pero no reflexionar. Cambio de criterio, para ver si así me va mejor. Y lo cierto es que he pasado unos días en calma. He recuperado además algo que creía perdido: una buena amistad. Con ello, he vuelto a disfrutar, desde entonces, de las conversaciones eternas sobre nada en concreto. Confesiones inconfensables a dos palmos del oído para que ni el aire se enteré de lo que nos contamos. Risas tontas por una frase cogida al vuelo. Gestos mil veces repetidos que sólo entendemos unos poquitos. En una palabra: complicidad…
Y la volví a liar. Por gilipollas. Sin motivos concretos. Cuándo se me agradecía, por fin, algo que había exigido tantas veces en la soledad de mi habitación. Ahora reconozco ese agradecimiento, pero en el momento se me cruzó y me sentó como un puyazo caído. Saqué la casta, pero no la de bravo, sino esa de manso que convierte en marrajo a cualquiera por buen hierro que lleve. Y contesté, con esa ironía de la que a veces abuso, olvidando que un texto es más frío que una palabra a la cara. Ahora me he arrepiento porque me lo han hecho ver, porque me he enfriado, porque he releído mi gilipollez. Por mil cosas. Pero, sobre todo, porque volví a oír la frialdad de la voz del amigo, dándole por perdido de nuevo. Un chasquido de quiebra, de rotura, ahora que todo parecía haber vuelto a la normalidad… No quiero darle más vueltas, porque me hace daño justo cuando pensaba que ya no me afectaba todo esto.
No tengo ganas de pensar. Doy al play y suena Sabina: … Incluso en estos tiempos veloces como un Cadillac sin frenos, todos los días tienen un minuto en que cierro los ojos y disfruto echándote de menos. Incluso en estos tiempos en los que soy feliz de otra manera, todos los días tienen ese instante en que me jugaría la primavera por tenerte delante... ¡Mierda!

07 abril 2011

Que suene a locura, fuera la cordura

Salimos del coche encabezando el pequeño grupo que ha sobrevivido a la fiesta nocturna. Toca desayuno para reponer fuerzas antes de dormir. Andamos despacio, como si quisiéramos que el amanecer nos pillase bailando. De pronto te paras frente a un portal con la típica placa de algún negocio, que no logro recordar, e hilvanas una historia sobre un amigo que comparte profesión con los del cartel. ¿Abogados, peritos, ingenieros, arquitectos? Ni idea. Puede que ni sea verdad. Conociéndote quizás sea una simple excusa para que el grupo nos adelante, con normalidad, para que nadie sospeche nada (yo creo que la niña...). Nos entretenemos sin otro motivo claro, repasando la noche entre risas y, haciendo que los demás nos saquen, con naturalidad, 15 metros en apenas medio minuto. De récord. La puerta del bar apenas se ha cerrado tras nuestros amigos, cuándo me arrinconas contra la pared. No tengo posibilidad de escapar, ni la busco porque me apetece tanto como a tí. Pasión y ternura. Ansias y delicadeza. Apenas hace cinco horas que nuestras bocas se encontraron por vez primera; y desde ese momento, has buscado sitios y momentos en la soledad que a veces ofrece la multitud, para perderte en mis labios de nuevo. Era un 9 de Abril, como el sábado que viene. Será por eso que llevo una semana recordando aquel día. Sin dolor. Sin nostalgia. Con una sonrisa en la boca. Creo que ya no lo echo de menos. O, al menos, ya no me cuestiono los motivos, las razones o la necesidad de repetir. Pero tengo claro que cuándo coincidamos en una mesa ese mismo día, yo brindaré en silencio por aquellos primeros besos que me fuiste robando aquella noche de Abril.

05 abril 2011

Escribir y torear

“Para ti, porque tienes más valor y más humanidad que aquella que te hace sufrir por la puta casualidad del nombre. Porque eres una gran aficionada y tienes unos labios que………….
Un marqués, buen amigo, me ha recordado que tal día como hoy, cumplirías años, maestro. Y he abierto esa biblia que un dia te dio por escribir, y no he podido pasar de esa dedicatoria. Porque se me han puesto de pie los recuerdos: Palencia, Madrid, El Cardenal, Casa Patas, Feria del Libro… Y “Sagrillas”, como dicen mi amigos, porque fue en la pequeña iglesia de mi querido pueblo dónde lloré tu muerte. Un domingo de agosto en que se me quebró el alma cuándo me dijeron que te habías ido. Creo que aún hoy no me lo creo, porque te siento vivo cada vez que releo tus palabras. O cuándo miro de nuevo aquellos vídeos mal grabados en una tarde de locura. ¡Cómo se te echa en falta! Y no sólo entre cuernos y encinas… ¡Qué va! Porque yo sigo utilizando tus textos cuándo algún golfo se cruza en mi camino. (“El que más pone más pierde. En el amor lo cómodo es dejarse querer. En el toreo pasa lo mismo. Pierde casi siempre el que se entrega, el que no se cansa de acudir al desafío). O cuándo siento que la vocación de juntar letras, desfallece entre sinvergüenzas del copia y pega (“Convertir una afición en profesión no deja de ser un servilismo doloroso, porque cuando el arte que llena el espíritu acaba siendo un medio de vida, necesariamente tiene que perder sinceridad”). Felicidades, maestro, dónde estés.

25 marzo 2011

Ya te están derrotando (Parte I)

Hoy tenía necesidad de darle a la tecla. Y me salió larga. Así que la divido en dos. Aquí la primera parte y un poquito más abajo la segunda. Además para entender todo, hace falta un breve vocabulario con vídeo incluido. Siento las molestias.
Falla: Teatro Manuel de Falla, en Cádiz. Aquí se celebra el concurso oficial de agrupaciones del Carnaval
Viña: Barrio dela Viña. Popular barrio de Cádiz, muy presente en las coplas carnavaleras.
Don Antonio, maestro, Martín, viñero: Antonio Martín, reconocido autor de comparsas de Cádiz con  numerosos premios, y un palmarés casi inigualable.
Ares, niño coplero/pirata: Antonio Martínez Ares, autor de comparsa, que se retiró del carnaval tras innumerables éxitos, harto de envidias, codazos y polémicas. Tras años de disputas, se reconcilió con Antonio Martín y se escribieron sendos pasodobles de admiración en los años que ambos fueron pregoneros. Además, el año después de que Ares realizase el pregón, Martín salió en su defensa ante las injustas críticas de muchos de sus compañeros. Ese pasodoble es al que se hace referencia en el texto, y lo podéis encontrar en este vídeo.

Días de Carnaval. No importa la hora de llegada a casa ni el cansancio acumulado en las horas de trabajo. Son cuartos en el Falla, y eso es otra de mis pasiones andaluzas en la distancia. Algo más de cuarenta días después, volverá a tocar trasnochar para intuir el olor del incienso y el azahar por las calles sevillanas. Siempre a través de la televisión. En esto de Don Carnal, hay días buenos, con pasodobles que llegan al alma, y cuplés que te sacan una sonora carcajada. Y te vas a la cama, feliz. Otros, te quedas indiferente, e internet se ofrece como la solución para volver a escuchar coplas de locura. No tengo cultura carnavalera suficiente, ni la busco, al menos de momento, así que casi siempre recurro a Martín y Ares. Me llegan, me emocionan.
Y así andaba el otro día escuchando la defensa que hace el maestro del niño coplero, cuándo me acordé de ti. Entre todas las personas del mundo que podrían encajar en aquello de un año coronado, y al siguiente vilipendiado, de las máscaras, de la envidia y de los niños copleros, no sé porqué me vino tu imagen. Años hace que apenas hablamos, pero la cabeza a veces tiene estas cosas. Porque igual que escribía Martín en ese pasodoble, contigo también se fue injusto. Demasiado. Quizás te lo buscaste por esa pinta de comerte el mundo a dentelladas salvajes. Y en este puto mundo de apariencias, tú vendiste esa. Protección. Una barrera como otra cualquiera. Yo suelo tirar por el sarcasmo y la ironía. Otros lo hacen por el físico. En el fondo, todos más blandos que el pan bimbo. La verdad es que nunca ha estado esto como para descubrir flaquezas y debilidades. El enemigo espera en cualquier esquina. Así que muchos se quedaron con esa imagen de la apariencia. Conmigo también ocurre. Y créeme, que lo siento por ellos.  (Continua...)

Ya te están derrotando (Parte II)

Algunos, con más suerte, nos asomamos, con vértigo eso sí, para saber si había algo detrás de aquello. Y encontramos algo completamente distinto. Una persona especial, por la que valía la pena librar batallas, como el maestro lo hace por Ares. Yo no puedo cantarlo en las tablas del Falla ni escribirlo en pasodoble, así que sólo me quedan las barras de bar, los bancos de plazas perdidas, y estas letras sin firmar que salen de mis mejores recuerdos. Pero a pesar de la diferencia con ese vídeo carnavalero, yo defiendo el mismo final que Don Antonio: muerte a la envidia, muerte a la envidia.
Confía en mi palabra, niño pirata, cuándo te digo que yo sigo moviendo mis buques por ti. Mantengo aún cruentas batallas contra quienes siempre te miraron desde abajo, y ahora creen tenerte a sus pies. Nunca entendieron nada, y la venganza se sitúa como perfecta excusa del cobarde. Ni les juzgue en su momento, ni lo hago ahora. Que me tiren a mi la primera piedra, que seguro que pequé antes. Sigo procurando, aunque cada vez menos, lo confieso, salir en tu defensa. En menor medida, sí, pero no porque no crea en mis motivos, sino porque cuánto más tiempo paso en mi Falla y en mi Viña particulares, más claro tengo que la envidia es algo genético en esta maldita tierra, forjada en falsos mitos de guerreros que se vendían al mejor postor.
Te escribo aquí que a veces te echo de menos. Por esa sonrisa casi eterna. Por esa capacidad para animar a la gente que peor andaba. Y cómo no, por aquellas cruzadas imposibles de ayuda al marginado. Por cierto, que algunos, te pagaron dejándote de lado. También me he preguntado alguna vez, que hubiera sido de mí de seguir a tu lado. Aunque, no te negaré, que no reniego de la decisión tomada. En aquel momento, tenía mis razones, y eso no se cambia. Pero posiblemente todo hubiera sido distinto. Lo cual, tampoco sé si es bueno o malo. Creo que no me puedo quejar de cómo me fue. Espero que tú tampoco. Por lo que me cuentan, por lo que me dicen, no te va mal. Y no sabes lo que me alegro.
Llevo con orgullo grabado en mi espada, la de las batallas, que yo fui capaz de ver detrás de esa máscara de carnaval. La de la arrogancia y la vanidad que llevabas, casi de continuo, ante un ambiente tan hostil como el que vivimos. Y junto a eso, cuando me lanzo contra el enemigo,  llevo siempre, sin importar distancias ni tiempos ni circunstancias, tu sonrisa prendida en el pecho. Que vengan, como decía el viñero, los miserables, que yo por ti me la juego, niño pirata, blandiendo otra vez mi espada ante el ataque ignorante. Muerte a la envidia.

24 marzo 2011

Ni los días, ni otras bocas

Probablemente sea quién mejor me conoce. También quién ha vivido más cerca un año desconcertante en mi vida. Sin olvidar qué ahora es, además, la única persona que conoce un pasado que juré olvidar y que, sin embargo, se ha hecho más presente que nunca en estos meses. Y esa persona dice que esta canción tenía que haber salido de mi puño y letra porque retrata la realidad de forma tan precisa, que da hasta miedo. Así que si tú lo dices, no hay nada que discutir. Y últimamente me ha vuelto a dar por parar el motor, encender un cigarro y subir el volumen del equipo. Escuchando, sintiendo y recordando. Estoy bien, no preocuparse. Pero me sirve para cubrir una necesidad, ésa que sé que ni debo, ni puedo, volver a calmar en sus labios. Será también que las flechas del destino se desviaron antes de llegar clavarse. Casi mejor así.


20 febrero 2011

Lo que te contó un retrovisor

Habitualmente, en cualquier destierro sobresale un protagonista en la escena de mi recuerdo. Puede ser individual o colectivo, pero casi siempre lo hay e interactúa conmigo, claro, porque mi mente me hace revivir, casi como narrador omnisciente, historias en las que ya he estado. Por eso hoy creo que  como cabeza de cartel de esta película del destierro debería estar, simplemente, el sustantivo de  un objeto inanimado: retrovisor. Y así, contenido en él, quién miraba y quiénes se reflejaban, se convierten en secundarios de lujo de la historia.
Esta breve reflexión ha llegado al darle a la tecla, tiempo después del exilio que, esta vez, me cogió al volante, en un semáforo de la ciudad. Esperando a que se iluminara el verde, los ojos se me fueron al retrovisor. Por inercia. Ajenos a la conversación que mantenía con mi copiloto, dos de mis acompañantes mantenían un diálogo propio. A media voz. Una confidencia, una tontería o un recuerdo compartido a medias. Pero esa insignificancia, que a ellos dos seguro que se les ha olvidado ya, a mi me sirvió como autopista perfecta para el recuerdo.
De pronto en el retrovisor aparecen tus ojos. Acusatorios y sorprendidos casi a partes iguales. Estamos de vuelta del inicio de otra noche quemada entre rones y aires de sur. Volvemos a casa, no a la nuestra, que aún es pronto, sino a ese segundo hogar, primero en horario nocturno. Es el día y el momento en el que empezó todo. O quizá allí acabo. Aún no he llegado a saberlo. De fondo una conversación a cuatro bandas. Varios temas cruzadas. No recuerdo si fue el día de aquella surrealista discusión sobre quién cantaba aquella mítica tonadilla. Apuesta que ganamos, por cierto. No lo sé. A pesar de que el recuerdo es nítido, demasiado incluso, las circunstancias y motivaciones siguen entre brumas. Pero no es por mi reconocida mala memoria, sino porque,  tampoco entonces, especialmente en lo referente a los motivos, tenía nada claro. Y a día de hoy, aún no lo tengo. Me pierdo en metafísica.
El caso es que en el instante al que me ha llevado mi destierro, necesitaba su palabra para reafirmar una alocución con la que pretendía convencerte de algo, niña. Intuirás que no tengo ni la más remota idea de qué te quería convencer, aunque pondría la mano en el fuego a que finalicé la parrafada metiéndome contigo. Con cariño, eso sí, como siempre. Pero necesitaba una sonrisa cómplice para mi última broma, y por eso me giré para mirarle y encontrar en él un gesto que le implicara en la conversación. Remate perfecto para mi punto de vanidad periodística que necesita la aprobación de los demás.
Pero no sé qué pasó exactamente en aquel instante para que me dejase llevar. Una invitación, clara y directa, a caer en el sabor de su boca. Una mano en la mejilla. Una suave caricia que me atrae hacia él. Y mi resistencia, si es que la hay, que cae con facilidad ante el olor de su perfume. Y me pierdo en sus labios por primera vez. No pienso ni en motivos, ni en consecuencias. Otra vez la impulsividad casi patológica me hace coger un camino que podía ser erróneo. Tiene toda la pinta de serlo, además. Tú, amiga, lo intuiste mucho antes que yo, y por eso creo que me lanzaste aquella mirada inquisitiva en un retrovisor chivato. Posiblemente tratabas de avisarme de un peligro que yo creía tener controlado. Y, ya ves, ni esos ojos clavados en los míos me hicieron sentir mal, como ya te lo confesé en su momento. ¿Para qué voy a mentir? Me sentí bien. Muy bien. En las putas nubes. Y es que aquello era el lógico final, no sólo a esa noche, sino a varias madrugadas anteriores plenas de gestos insignificantes que ahora cobraban sentido. A interminables conversaciones telefónicas con la excusa de determinar una hora de salida. A sentimientos, pasados, contados al calor de la confianza que se estableció desde el primer día. A canciones susurradas al oído, cerca, muy cerca, demasiado cerca. Tenía que pasar. Yo lo sabía. Él también. Tú también, como me dejaste claro con esa mirada en el retrovisor. Hasta el copiloto, que no sé si se llego a enterar del todo, gracias por el capote a tiempo niña, creo que también intuía que la historia llegaría, algún día, a ese punto. 
Pero todo eso lo pensé tiempo después, quizá incluso con el paso de los días o las semanas, cuándo fue naciendo además la idea de este blog. Porque justo en el instante de este exilio, cuando bajé de la nube a la que me invitó a subir, sólo recuerdo que lo primero que vi al despertar de aquella locura, fueron tus ojos en aquel espejo que te hizo cómplice de todo. Y eso, que a pesar de ese retrovisor soplón, hubo quién siempre defendió que la niña, sólo sospechaba algo.

El gran teatro de los sueños

Volví a pisar las calles de la ciudad que me acogió en sus noches, hasta llevarme, mala cabeza propia, al exilio. Aquella a la que le escribió, como nadie, Sabina, entre humo y whiskies. No tengo compromisos, y voy andando por inercia, acabaré dónde me lleve el viento, sin rumbo fijo. La primera visita de la mañana, era obligada por cercanía, y devoción. Si hubiera llevado sombrero, como Juncal, yo también me hubiera destocado al pasar por su Puerta. Y eso a pesar de la carpa, las luces y la música de Camela, que pretende, sin conseguirlo, convertirla en algo que no es. Recinto sagrado en el que algunos entramos con similar respeto al que lo hacemos en un catedral. Y perdón si se considera blasfemia, para muchos, es la verdad. El metro me lleva allí dónde nacen los caminos. Sigo sin prisa y sin rumbo: derecha, izquierda, arriba, abajo, sin destino.
Sin pensarlo me encuentro frente a la puerta en la que comenzaron muchas cosas. Detengo mi camino y me apoyo en la pared paralela para fumarme un cigarro mirando a aquella fachada, con la conciencia de que allí va a comenzar un exilio. No le pongo fecha exacta. Ya sabes niña que para eso soy pésima. Dejémoslo en Febrero. Yo ya había estado allí. El día antes, como perfecto regalo de cumpleaños, pero tenía que pasar por ese lugar para saludar. Extraña pandilla de edades y lugares distintos con una misma pasión. A algunos les ponía cara, a otros sólo un nombre, y a unos pocos, un simple apodo. Seguidores cibernéticos de un ídolo mítico. Debo reconocer ahora, que aparecí de casualidad, por un plan que se anuló a destiempo. Nadie me cree cuándo hablo de extrema timidez, sobre todo en los primeros encuentros, pero prometo que es verdad. Al final, el destino me llevó allí, y con ganas de liarla. Siempre para bien. Reconocí un par de caras en aquella cola, y puse mentalmente los nombres de guerra. Yo tenía el mío, claro, reminiscencia de un pasado, más o menos glorioso, en la red de los cuernos. Me acerqué con más miedo que vergüenza. Y llegaron los saludos, las presentaciones, los besos, los abrazos… Y una locura, la primera de tantas. Oye que pone ahí que venden una entrada por 20 euros. Estuve en 3 en apenas 15 días. Y lo volvería a hacer, por él, claro, pero también por empezar una amistad como la nuestra. 3, 5, o los que hicieran falta. Aquella noche, fue la primera, pero repetimos, como las natillas. Comando juventud. Horas a la intemperie, y ambiente enrarecido del que yo, como casi siempre, me enteré mucho después porque fui la última en llegar a aquello. Entré a una historia a medio empezar. Pero no importó. Hubo ese algo de una amistad grande que se nota desde el principio. Esa extraña sensación de cuándo alguien te mira a los ojos y sabes de inmediato que pasarás muchos años a su lado. Y esa noche nació un mote que se consolidó al sol de una puerta televisiva y que acabó convirtiéndose en modo de vida que nos hace coger aviones, atravesar España o planificar en un banco y con unas pipas, nuestros días en azul y blanco….
Vuelvo a mirar  la fachada de aquel teatro y recuerdo como salimos de allí, a la carrera, en esa segunda vez. Aquella en la que fue él quién nos bautizó después de una tarde entre lagartos amarillos y señoras apurando el sprint… No olvido otra. La última. Y la más alucinante. Tú y yo, niña, en mitad de un día como ése. Emocionándonos con todo. Flipando con todos. Sin palabras para definir una noche como aquella. Y nosotras, como fans, pero fans, fans, contando aventuras folloneras a gente que conocíamos de la tele. Flipas… Apuro la última calada al cigarro, y tiro una foto con el móvil a ese gran teatro, el de nuestros sueños.

19 febrero 2011

A modo de nota explicativa

He entrado en una nueva fase de este exilio obligado. Me he vuelto a ilusionar. Con el trabajo,  con la ciudad, con los amigos, con las escapadas de fin de semana, con las flechas que lanza el destino. Sigo, de vez en cuando, permitiendo que mi cabeza se vaya a otro sitio y otro momento. Pero ya no pido perdón ni explicaciones. Ni siquiera a mí misma. Porque quiero volver a disfrutar haciendo y pensando lo que me da la gana en cada momento. Ya no escucho reproches, aunque sean por mi bien, ni solicito consejos que vayan por lo políticamente correcto. Me apetece hacer y decir lo que quiera, de nuevo, sin pensar en nada más. Y siempre con una intención: la mía. Quién le busque tres pies al gato, que se lo plantee, que ya no es mi culpa ni mi problema. Nunca quise engañar a nadie porque siempre fui de frente, y lo que hay por detrás, ya no es mi responsabilidad. Que ninguno se sienta aludido, que estas letras no van por nadie en concreto, y por todos en general, principalmente por mí, que me sometí a un dictado que me ha hecho mucho daño, por mi propia estupidez. Probablemente quiénes deberían leer esto, aquellos héroes de las dobles intenciones, nunca lo hagan, y será mejor así. Pero yo necesitaba juntar palabras para contar más o menos esto. Y ya que se acerca el carnaval, acabo unas frases de la comparsa “Las noches de bohemia”, que el año pasado llevaban un popurrí, que debería convertirse en credo:
Y hace falta, también, para saber que la vida se ha vivido, equivocarse de horizonte y de camino, andar perdido y caer, sentir el vértigo, la náusea y el hastío, ver al diablo cara a cara y apretar, muerto de frío, los huesos contra la pared (..) Reventé mi puño y mi canción luchando por lo que creía. Y miro al mundo. Y miro a mis heridas. Y veo mi sangre derramada. ¡Ya no creo en más revoluciones que en la tuya y en la mía!

07 febrero 2011

Dónde está la reina mora

Tres palabras bastaron en esta ocasión para sacarme de mi insustancial día a día. No recuerdo qué habíamos hablado en una tarde de café y humo. Seguramente de todo y nada, como siempre que nos reunimos. De Pascuas a Ramos. Habría que cambiar eso. Pero al despedirte, utilizaste una fórmula que me volvió a llevar al foro. Te alejaste, mientras yo seguí allí parada, noqueada por el destierro al que me llevó tu “adiós, reina mora”. Hacía mucho que no oía esa expresión.  Posiblemente desde que el núcleo duro se dejó de reunir con asiduidad. Tradicional despedida de quién compartió pupitre y confidencias conmigo durante muchas clases. Por cierto, pelirroja, no sé si te lo digo a menudo, pero te echo de menos. Pequeño, a ti también, of course, y más ahora que sé que te voy a tener muy lejos.
Sin embargo, últimamente esas palabras me recuerdan al templo, para variar. En mitad de la calle, suelo bendito, con el frío cortándome la cara, mi mente me llevó a aquellos primeros días de Marzo. Inicio de la época culminante de la auténtica vida Ni-ni… ¿Qué si nos hacemos otro el viernes? Creo niña, que esto ya es vicio. Además, al contrario que tú, yo no tengo ninguna intención de aprender a bailar. Soy sorda del pie derecho y arrítmica del izquierdo. Pero nos lo pasamos bien. Eso es verdad. Y me despiertan cierta curiosidad sociológica estos nuevos amigos que nos hemos echado. Sí, el padrino y el notario. Singulares personajes. Venga va, el viernes estamos allí…
No te lo vas a creer, pero me ha llamado uno de ellos. ¿Cuándo le di mi teléfono? ¿En la mesa?  ¿Cuándo lo de la boda?  Ni idea. No me acuerdo. Bueno, pues que sepas que ya no hay opción de elegir, se van a sentar con nosotras sí o sí. Mesa para cuatro. Ojo avizor que se anuncian golfos. Yo creo que con peligro. La niña dice que no. Simpáticos y de sonrisa contagiosa. En la pista, clases de baile. No te dejan descansar, niña. Lecciones magistrales para aprender en tiempo récord. De aquí a Sara Baras, un pasito con arte. Mientras, en la mesa, la forja de una amistad. Primeras palabras a media voz.  Con el rabillo del ojo sigo pendiente de mucho niño mono con camisita de cuadros y extensas patillas. No es plan de perder comba. A estas alturas, ya tenemos fichados a muchos. Algunos ahora son amigos de redes sociales. Pico pala cibernético. A nadie le amarga un dulce.
Sin embargo, no voy a engañar a nadie, sobre ti nunca fijé la mirada. No me llamaste la atención. No recordaba siquiera que me había lanzado a bailar delante de tu mesa, con más alcohol que vergüenza, en la noche de mi cumpleaños. Hay pruebas. En las distancias cortas, las cosas no distan de ser diferentes. Vas ganando puntos, claro, por tu verbo fácil, a la par que embaucador, y por ese carisma que tiene quién ha tratado con ángeles y demonios a lo largo de su vida. Pero en mi indiferencia, nada fingida en ese primer momento, hay algo que me descuadra. Me estas dejando claro, no sé si consciente de ello, que cumples un perfil que, salvo por un detalle, tiene visos de convertirse en peligroso para mi. Pero el detalle era, y es, tan importante e insalvable, que empiezo un juego con la tranquilidad de quién lo tiene todo controlado. Ahora en el exilio, viendo aquella noche desde fuera, creo que esa noche comenzó ya nuestro ratón y gato particular. Yo, tan versada en noches de golfos y conquistas como testigo indirecto, estaba convencida de apostar a caballo ganador. Ahora puedo decir aquello de craso error. Pero esta noche, a la que hoy he vuelto en mi destierro, me dejé embaucar por historias de amor y sevillanas. Aquellos aires del sur con los que puedes conocerte, enamorarte, enfadarte y reconciliarte, según me descubriste mientras mirábamos los sorprendentes avances de la niña. Empecé, a la vez, a sentirme parte del templo porque me descubriste, entre cubata y cubata, muchos de sus secretos.
Unas rumbitas para desengrasar. Nos animamos todos. Oye, oye, me has engañado: ¿no decías que no tenías ritmo? Tú acabarás bailando sevillanas, ya me encargaré yo. Sonrío ante la simpática amenaza Con el son caribeño vuelvo a la mesa, que esto ya es mucha tela para mí. Tras la salsa, el obligado pasodoble. El profe de la niña me anima porque quiere sacarme a bailar. Te levantas, y me miras divertido. O sea, que llevo dos horas aquí dándola conversación, porque no quiere aprender a bailar, ¿y ahora vas a venir tú a quitármela?  No te lo crees ni tú, chaval. Reina mora, vamos a la pista. No puedo más que aceptar tu mano tendida, con una sonrisa en la boca y seguirte a la pista. ¿Y eso de reina mora? Es el pasodoble, que dice eso. Ahora lo escucharás. Sólo una cosa para bailar esto: nada de la mirada a los pies. Si me pisas, da igual. Quiero que me mires a los ojos y que te dejes llevar…
Cuándo recorrí las 42 leguas de vuelta, ya te había perdido de vista, amigo. Creo que doblaste la esquina. Camino recto a tu casa. Yo enfilé el que me llevaba a la mía. Pero antes de comenzar a andar, saqué el ipod. Repasé el listado de canciones buscando una concreta. Aquella en la que un duende va buscando en la noche los ojos negros de una reina mora…

04 febrero 2011

Para echar un rato

Mudanza. Otra más. Recuerdos que se mueven de caja en caja. Viejas historias que parecían olvidadas y que salen a la superficie desde el fondo más oculto del baúl perdido. Alguien me pide que suba un cuadro al coche. Miro la imagen desde fuera y la cabeza me lleva de exilio al suelo sagrado.  Me vienen retazos de aquella semana de fiesta, cuya última fotografía también tenía una pintura apoyada con mimo en los asientos traseros de un coche. Te dejaste convencer, amigo, para tomarte una cerveza antes de volver a casa. Aquella fue la despedida perfecta de siete días en los que yo te seguí casi como una sombra. Te buscaba desde por la mañana y solíamos despedirnos al empezar la madrugada. Tú solías seguir de fiesta, pero yo, por edad, debía regresar a casa. Una lástima. Aquella fue una semana para descubrir un mundo tan maravilloso como cainita. Puñaladas y abrazos casi en la misma intensidad y al mismo tiempo. Fueron muchas horas compartidas en esos días. En todas me sentí acogida como una alumna más, viejo profesor, para enseñarme, en vivo y en directo, los secretos de una profesión tan compleja como apasionante. Creo, puedes sonreír, que en todo esto sigue habiendo algo de amor platónico, porque a día de hoy, sigues siendo mi debilidad. Sabes, y eso que nunca te he contado todo, que me he enfrentado a tantos en tu defensa, que perdí la cuenta. Y es que tienes más enemigos de los que mereces por llevar entre los dientes esas verdades que se clavan como puñales. Pero yo seguiré desenfundando  la espada de la palabra, con ironía y sarcasmo, como aprendí de ti, para contrarrestar los ataques. Aunque sólo sea por aquella semana que termino con esa imagen que, ahora vuelvo a tener delante, y que me ha llevado al exilio temporal: con un cuadro en el asiento trasero de un coche. Espero verte en el norte. Y tomar esa caña que se convertirá en media noche de fiesta. Y guardarte, como siempre, los secretos de vinos, toros y mujeres. Tranquilo, que yo no sé nada, amigo.

10 enero 2011

Con fecha de caducidad

Nochevieja. Recuerdo de una confesión en la soledad del coche. De madrugada. A media voz. Entre beso y beso. Una casa rural. Una botella de champán. Una chimenea. Dos personas dejándose llevar para recibir el nuevo año. Otra vez será. Y en otra compañía, claro. Tú perdido en un lugar y yo en otro. Quizá coincidamos en el año. Lo mismo hasta en la zona. Prometo que te lo contaré, porque tú me diste la idea. Pero obviaré hacer comparaciones, o entrar en detalles. No procede. De momento, despedimos década en la tierra sagrada. Noche para quemar. Para volver a ver amanecer. Regreso al grupo, tras entrar en la batalla de la búsqueda del baño. Y alguien me para. Están de campaña. Lo regalan… Comienza un destierro en el que me veo entre cervezas y bocatas. Esto sí que es un desayuno de fin de farra. Hoy tenemos un invitado peculiar. Habla mucho. Y bebe más. Otro botellín, niño. Podemos empalmar con el aperitivo. Lo estoy viendo. Llamas mi atención. Mientras los otros 3 están inmersos en una historieta de caballos y marismas. Te abres la chaqueta y sacas algo del bolsillo interior. Sonríes juguetón. Te miro con más ironía que complicidad. Ten cuidado, chato, que lo mismo te caduca sin usar. Apuro el refresco y anuncio mi retirada. Bromitas las justas. Me reclamas. Llévame anda, que estos tienen para largo. Acepto, claro. Soy de resistencia liviana. Lo sabes. No hemos llegado a la esquina y ya nos hemos parado tres veces. Al final, los otros van a salir del bar y nos van a encontrar aquí. Dices que te da igual. Flipo. En el coche sigues el juego. Estás vacilón. Frena justo enfrente del bar, en el lado que están estos junto al cristal, y da un bocinazo. Y bésame despacito. No doy crédito. Te miro y estás serio. No es guasa. Y como siempre tengo ganas de perderme en tu boca, cumplo la orden. Vuelvo a la provocación de la chaqueta. La fecha de caducidad. Te ríes y me sigues el roneo, pero no acabas de caer. Final inacabado. Como siempre. Pero hoy lo entiendo aún menos…
Suena Danza Kuduro. Y encuentro a mis amigos. Alzó la copa. Venga, chavales. Por 2011. ¿Otra vez? ¡Cuánta imaginación! No, no. Porque acabemos aquello que dejamos a medias en el año que acaba. Vamos, por rematar las faenas, que diría un taurino. Por eso mismo.

Versionando un juego

Andaba empezando la noche después de una cena de hermandad. Buen grupo.  Gente que cada día comparte preocupaciones, desvelos y alguna que otra sonrisa. Pero hoy no hay empresas. Ni jefes. Sólo curritos de un lado y otro de la cámara. Un oficio, una pasión, un sueño... Algo más que un trabajo. Como las últimas veces que he vuelto a las noches de la ciudad aburguesada, disfruto al máximo de cada momento. El móvil aparcado y los recuerdos en un plano muy alejado. Días de orgullo y dignidad. Llegamos al primer bar y nos cuesta un mundo pedir. Somos de letras, las cuentas nos esquivan. Copas y cervezas vuelan por el grupo de mano en mano. Y nos equivocamos en los números, para variar. Unos chupitos arreglan el desaguisado. Se enlazan distintas peticiones. Sin orden. Veo como el camarero coge una botella y rellena un pequeño vaso. Sólo. Sin mezclas. Ni siquiera hielo. Me sale una pregunta casi de forma automática: ¿alguien ha pedido un chupito de ron a palo seco? Una voz que ahora recuerdo anónima, me responde afirmativamente. Miro fijamente a ese tostado licor, y la cabeza emprende su viaje.
En mi destierro, es jueves. Lo recuerdo por el numeroso grupo que se ha ido formando alrededor de una salida de cuatro. Y porque la hora de cierre no concuerda con viernes o sábado. Parece que la fiesta se ha hecho corta y acabamos la juerga entre piratas. Otra vez más. Jóvenes encorbatados sorprendidos por el grupo heterogéneo que formamos, se acercan para recibir in situ lecciones de golfería. Clases magistrales de uno de los catedráticos. Casi ná. A algún niño se le escapa una mirada lasciva a alguna integrante del grupo, que algo pasada de rosca, se deja querer por el primero que se acerca. Tres focos de atención. La universidad de la galantería nocturna, por un lado. Las chicas buscando a nuevos integrantes para el grupo, por otro. Y cinco amigos pasándose un hielo. Como en los botellones juveniles. Para verlo. La colocación es costosa y con guasa, buscando siempre lo llamativo. Y por supuesto, uniendo aquellas parejas entre las que existe un algo que no pasa desapercibido. Menos mal que se supone que nadie sabía nada. Yo apostaría a que estos tres cabrones lo intuyen todo. Imaginaciones mías. Claro. Hierbabuena. En fin. Acaba el juego en ese lado y un par de ellos lo trasladan a otra parte del bar, dónde se habían quedado las chicas. El hielo pasa a ser sólo una excusa. No quieren dormir solos y buscan su oportunidad. En otros grupos se habla de todo y nada, o se contempla con diversión las lecciones de los golfos con pintas. Me acerco a la barra a pedir la penúltima. Para compartir. Te acercas sigiloso por detrás. Tanto que sólo me doy cuenta de tu presencia cuándo me coges de la cintura. Oye, sírvete aquí un par de chupitos de ron sólo. Venga. Si casi no hemos bebido nada. Como acto reflejo cojo el pequeño vaso y te incito al brindis. Miro tu sonrisa mientras niegas con la cabeza y me quitas el ron de la mano. Tienes una propuesta. Juguemos tú y yo a lo de antes. Pero a tu manera: sin hielo. No entiendo nada. Ni el juego ni a qué se debe tu atrevimiento. Estamos rodeados y siento las miradas de soslayo de todo el grupo que ahora anda desperdigado por el bar. Parece que hoy no te importa nada ni nadie y me atraes hacia ti. Muy cerca. Peligrosamente cerca. Coges el vaso y te tomas el ron de un trago.. Me miras y bajas la cabeza, buscando mi boca. Directo. Sin miramientos. Acabamos tomando el chupito a medias, yo bebiendo de tus labios. Como el juego del hielo, pero sin cubito, como habías dicho antes. Y además no te apetece separarte. Te recreas. Me aprovecho. A tiempo parado. Como si estuviéramos solos. Y aún queda otro chupito sobre la barra…
¡Venga, vamos a brindar! ¡Por los curritos, coño, que nos lo merecemos! Levanto mi vaso mientras en mis labios siento el sabor de un Santa Teresa bebido directamente de los tuyos. La noche acaba de empezar.