He entrado en una nueva fase de este exilio obligado. Me he vuelto a ilusionar. Con el trabajo, con la ciudad, con los amigos, con las escapadas de fin de semana, con las flechas que lanza el destino. Sigo, de vez en cuando, permitiendo que mi cabeza se vaya a otro sitio y otro momento. Pero ya no pido perdón ni explicaciones. Ni siquiera a mí misma. Porque quiero volver a disfrutar haciendo y pensando lo que me da la gana en cada momento. Ya no escucho reproches, aunque sean por mi bien, ni solicito consejos que vayan por lo políticamente correcto. Me apetece hacer y decir lo que quiera, de nuevo, sin pensar en nada más. Y siempre con una intención: la mía. Quién le busque tres pies al gato, que se lo plantee, que ya no es mi culpa ni mi problema. Nunca quise engañar a nadie porque siempre fui de frente, y lo que hay por detrás, ya no es mi responsabilidad. Que ninguno se sienta aludido, que estas letras no van por nadie en concreto, y por todos en general, principalmente por mí, que me sometí a un dictado que me ha hecho mucho daño, por mi propia estupidez. Probablemente quiénes deberían leer esto, aquellos héroes de las dobles intenciones, nunca lo hagan, y será mejor así. Pero yo necesitaba juntar palabras para contar más o menos esto. Y ya que se acerca el carnaval, acabo unas frases de la comparsa “Las noches de bohemia”, que el año pasado llevaban un popurrí, que debería convertirse en credo:
Y hace falta, también, para saber que la vida se ha vivido, equivocarse de horizonte y de camino, andar perdido y caer, sentir el vértigo, la náusea y el hastío, ver al diablo cara a cara y apretar, muerto de frío, los huesos contra la pared (..) Reventé mi puño y mi canción luchando por lo que creía. Y miro al mundo. Y miro a mis heridas. Y veo mi sangre derramada. ¡Ya no creo en más revoluciones que en la tuya y en la mía!