10 enero 2011

Con fecha de caducidad

Nochevieja. Recuerdo de una confesión en la soledad del coche. De madrugada. A media voz. Entre beso y beso. Una casa rural. Una botella de champán. Una chimenea. Dos personas dejándose llevar para recibir el nuevo año. Otra vez será. Y en otra compañía, claro. Tú perdido en un lugar y yo en otro. Quizá coincidamos en el año. Lo mismo hasta en la zona. Prometo que te lo contaré, porque tú me diste la idea. Pero obviaré hacer comparaciones, o entrar en detalles. No procede. De momento, despedimos década en la tierra sagrada. Noche para quemar. Para volver a ver amanecer. Regreso al grupo, tras entrar en la batalla de la búsqueda del baño. Y alguien me para. Están de campaña. Lo regalan… Comienza un destierro en el que me veo entre cervezas y bocatas. Esto sí que es un desayuno de fin de farra. Hoy tenemos un invitado peculiar. Habla mucho. Y bebe más. Otro botellín, niño. Podemos empalmar con el aperitivo. Lo estoy viendo. Llamas mi atención. Mientras los otros 3 están inmersos en una historieta de caballos y marismas. Te abres la chaqueta y sacas algo del bolsillo interior. Sonríes juguetón. Te miro con más ironía que complicidad. Ten cuidado, chato, que lo mismo te caduca sin usar. Apuro el refresco y anuncio mi retirada. Bromitas las justas. Me reclamas. Llévame anda, que estos tienen para largo. Acepto, claro. Soy de resistencia liviana. Lo sabes. No hemos llegado a la esquina y ya nos hemos parado tres veces. Al final, los otros van a salir del bar y nos van a encontrar aquí. Dices que te da igual. Flipo. En el coche sigues el juego. Estás vacilón. Frena justo enfrente del bar, en el lado que están estos junto al cristal, y da un bocinazo. Y bésame despacito. No doy crédito. Te miro y estás serio. No es guasa. Y como siempre tengo ganas de perderme en tu boca, cumplo la orden. Vuelvo a la provocación de la chaqueta. La fecha de caducidad. Te ríes y me sigues el roneo, pero no acabas de caer. Final inacabado. Como siempre. Pero hoy lo entiendo aún menos…
Suena Danza Kuduro. Y encuentro a mis amigos. Alzó la copa. Venga, chavales. Por 2011. ¿Otra vez? ¡Cuánta imaginación! No, no. Porque acabemos aquello que dejamos a medias en el año que acaba. Vamos, por rematar las faenas, que diría un taurino. Por eso mismo.

Versionando un juego

Andaba empezando la noche después de una cena de hermandad. Buen grupo.  Gente que cada día comparte preocupaciones, desvelos y alguna que otra sonrisa. Pero hoy no hay empresas. Ni jefes. Sólo curritos de un lado y otro de la cámara. Un oficio, una pasión, un sueño... Algo más que un trabajo. Como las últimas veces que he vuelto a las noches de la ciudad aburguesada, disfruto al máximo de cada momento. El móvil aparcado y los recuerdos en un plano muy alejado. Días de orgullo y dignidad. Llegamos al primer bar y nos cuesta un mundo pedir. Somos de letras, las cuentas nos esquivan. Copas y cervezas vuelan por el grupo de mano en mano. Y nos equivocamos en los números, para variar. Unos chupitos arreglan el desaguisado. Se enlazan distintas peticiones. Sin orden. Veo como el camarero coge una botella y rellena un pequeño vaso. Sólo. Sin mezclas. Ni siquiera hielo. Me sale una pregunta casi de forma automática: ¿alguien ha pedido un chupito de ron a palo seco? Una voz que ahora recuerdo anónima, me responde afirmativamente. Miro fijamente a ese tostado licor, y la cabeza emprende su viaje.
En mi destierro, es jueves. Lo recuerdo por el numeroso grupo que se ha ido formando alrededor de una salida de cuatro. Y porque la hora de cierre no concuerda con viernes o sábado. Parece que la fiesta se ha hecho corta y acabamos la juerga entre piratas. Otra vez más. Jóvenes encorbatados sorprendidos por el grupo heterogéneo que formamos, se acercan para recibir in situ lecciones de golfería. Clases magistrales de uno de los catedráticos. Casi ná. A algún niño se le escapa una mirada lasciva a alguna integrante del grupo, que algo pasada de rosca, se deja querer por el primero que se acerca. Tres focos de atención. La universidad de la galantería nocturna, por un lado. Las chicas buscando a nuevos integrantes para el grupo, por otro. Y cinco amigos pasándose un hielo. Como en los botellones juveniles. Para verlo. La colocación es costosa y con guasa, buscando siempre lo llamativo. Y por supuesto, uniendo aquellas parejas entre las que existe un algo que no pasa desapercibido. Menos mal que se supone que nadie sabía nada. Yo apostaría a que estos tres cabrones lo intuyen todo. Imaginaciones mías. Claro. Hierbabuena. En fin. Acaba el juego en ese lado y un par de ellos lo trasladan a otra parte del bar, dónde se habían quedado las chicas. El hielo pasa a ser sólo una excusa. No quieren dormir solos y buscan su oportunidad. En otros grupos se habla de todo y nada, o se contempla con diversión las lecciones de los golfos con pintas. Me acerco a la barra a pedir la penúltima. Para compartir. Te acercas sigiloso por detrás. Tanto que sólo me doy cuenta de tu presencia cuándo me coges de la cintura. Oye, sírvete aquí un par de chupitos de ron sólo. Venga. Si casi no hemos bebido nada. Como acto reflejo cojo el pequeño vaso y te incito al brindis. Miro tu sonrisa mientras niegas con la cabeza y me quitas el ron de la mano. Tienes una propuesta. Juguemos tú y yo a lo de antes. Pero a tu manera: sin hielo. No entiendo nada. Ni el juego ni a qué se debe tu atrevimiento. Estamos rodeados y siento las miradas de soslayo de todo el grupo que ahora anda desperdigado por el bar. Parece que hoy no te importa nada ni nadie y me atraes hacia ti. Muy cerca. Peligrosamente cerca. Coges el vaso y te tomas el ron de un trago.. Me miras y bajas la cabeza, buscando mi boca. Directo. Sin miramientos. Acabamos tomando el chupito a medias, yo bebiendo de tus labios. Como el juego del hielo, pero sin cubito, como habías dicho antes. Y además no te apetece separarte. Te recreas. Me aprovecho. A tiempo parado. Como si estuviéramos solos. Y aún queda otro chupito sobre la barra…
¡Venga, vamos a brindar! ¡Por los curritos, coño, que nos lo merecemos! Levanto mi vaso mientras en mis labios siento el sabor de un Santa Teresa bebido directamente de los tuyos. La noche acaba de empezar.