25 marzo 2011

Ya te están derrotando (Parte I)

Hoy tenía necesidad de darle a la tecla. Y me salió larga. Así que la divido en dos. Aquí la primera parte y un poquito más abajo la segunda. Además para entender todo, hace falta un breve vocabulario con vídeo incluido. Siento las molestias.
Falla: Teatro Manuel de Falla, en Cádiz. Aquí se celebra el concurso oficial de agrupaciones del Carnaval
Viña: Barrio dela Viña. Popular barrio de Cádiz, muy presente en las coplas carnavaleras.
Don Antonio, maestro, Martín, viñero: Antonio Martín, reconocido autor de comparsas de Cádiz con  numerosos premios, y un palmarés casi inigualable.
Ares, niño coplero/pirata: Antonio Martínez Ares, autor de comparsa, que se retiró del carnaval tras innumerables éxitos, harto de envidias, codazos y polémicas. Tras años de disputas, se reconcilió con Antonio Martín y se escribieron sendos pasodobles de admiración en los años que ambos fueron pregoneros. Además, el año después de que Ares realizase el pregón, Martín salió en su defensa ante las injustas críticas de muchos de sus compañeros. Ese pasodoble es al que se hace referencia en el texto, y lo podéis encontrar en este vídeo.

Días de Carnaval. No importa la hora de llegada a casa ni el cansancio acumulado en las horas de trabajo. Son cuartos en el Falla, y eso es otra de mis pasiones andaluzas en la distancia. Algo más de cuarenta días después, volverá a tocar trasnochar para intuir el olor del incienso y el azahar por las calles sevillanas. Siempre a través de la televisión. En esto de Don Carnal, hay días buenos, con pasodobles que llegan al alma, y cuplés que te sacan una sonora carcajada. Y te vas a la cama, feliz. Otros, te quedas indiferente, e internet se ofrece como la solución para volver a escuchar coplas de locura. No tengo cultura carnavalera suficiente, ni la busco, al menos de momento, así que casi siempre recurro a Martín y Ares. Me llegan, me emocionan.
Y así andaba el otro día escuchando la defensa que hace el maestro del niño coplero, cuándo me acordé de ti. Entre todas las personas del mundo que podrían encajar en aquello de un año coronado, y al siguiente vilipendiado, de las máscaras, de la envidia y de los niños copleros, no sé porqué me vino tu imagen. Años hace que apenas hablamos, pero la cabeza a veces tiene estas cosas. Porque igual que escribía Martín en ese pasodoble, contigo también se fue injusto. Demasiado. Quizás te lo buscaste por esa pinta de comerte el mundo a dentelladas salvajes. Y en este puto mundo de apariencias, tú vendiste esa. Protección. Una barrera como otra cualquiera. Yo suelo tirar por el sarcasmo y la ironía. Otros lo hacen por el físico. En el fondo, todos más blandos que el pan bimbo. La verdad es que nunca ha estado esto como para descubrir flaquezas y debilidades. El enemigo espera en cualquier esquina. Así que muchos se quedaron con esa imagen de la apariencia. Conmigo también ocurre. Y créeme, que lo siento por ellos.  (Continua...)

Ya te están derrotando (Parte II)

Algunos, con más suerte, nos asomamos, con vértigo eso sí, para saber si había algo detrás de aquello. Y encontramos algo completamente distinto. Una persona especial, por la que valía la pena librar batallas, como el maestro lo hace por Ares. Yo no puedo cantarlo en las tablas del Falla ni escribirlo en pasodoble, así que sólo me quedan las barras de bar, los bancos de plazas perdidas, y estas letras sin firmar que salen de mis mejores recuerdos. Pero a pesar de la diferencia con ese vídeo carnavalero, yo defiendo el mismo final que Don Antonio: muerte a la envidia, muerte a la envidia.
Confía en mi palabra, niño pirata, cuándo te digo que yo sigo moviendo mis buques por ti. Mantengo aún cruentas batallas contra quienes siempre te miraron desde abajo, y ahora creen tenerte a sus pies. Nunca entendieron nada, y la venganza se sitúa como perfecta excusa del cobarde. Ni les juzgue en su momento, ni lo hago ahora. Que me tiren a mi la primera piedra, que seguro que pequé antes. Sigo procurando, aunque cada vez menos, lo confieso, salir en tu defensa. En menor medida, sí, pero no porque no crea en mis motivos, sino porque cuánto más tiempo paso en mi Falla y en mi Viña particulares, más claro tengo que la envidia es algo genético en esta maldita tierra, forjada en falsos mitos de guerreros que se vendían al mejor postor.
Te escribo aquí que a veces te echo de menos. Por esa sonrisa casi eterna. Por esa capacidad para animar a la gente que peor andaba. Y cómo no, por aquellas cruzadas imposibles de ayuda al marginado. Por cierto, que algunos, te pagaron dejándote de lado. También me he preguntado alguna vez, que hubiera sido de mí de seguir a tu lado. Aunque, no te negaré, que no reniego de la decisión tomada. En aquel momento, tenía mis razones, y eso no se cambia. Pero posiblemente todo hubiera sido distinto. Lo cual, tampoco sé si es bueno o malo. Creo que no me puedo quejar de cómo me fue. Espero que tú tampoco. Por lo que me cuentan, por lo que me dicen, no te va mal. Y no sabes lo que me alegro.
Llevo con orgullo grabado en mi espada, la de las batallas, que yo fui capaz de ver detrás de esa máscara de carnaval. La de la arrogancia y la vanidad que llevabas, casi de continuo, ante un ambiente tan hostil como el que vivimos. Y junto a eso, cuando me lanzo contra el enemigo,  llevo siempre, sin importar distancias ni tiempos ni circunstancias, tu sonrisa prendida en el pecho. Que vengan, como decía el viñero, los miserables, que yo por ti me la juego, niño pirata, blandiendo otra vez mi espada ante el ataque ignorante. Muerte a la envidia.

24 marzo 2011

Ni los días, ni otras bocas

Probablemente sea quién mejor me conoce. También quién ha vivido más cerca un año desconcertante en mi vida. Sin olvidar qué ahora es, además, la única persona que conoce un pasado que juré olvidar y que, sin embargo, se ha hecho más presente que nunca en estos meses. Y esa persona dice que esta canción tenía que haber salido de mi puño y letra porque retrata la realidad de forma tan precisa, que da hasta miedo. Así que si tú lo dices, no hay nada que discutir. Y últimamente me ha vuelto a dar por parar el motor, encender un cigarro y subir el volumen del equipo. Escuchando, sintiendo y recordando. Estoy bien, no preocuparse. Pero me sirve para cubrir una necesidad, ésa que sé que ni debo, ni puedo, volver a calmar en sus labios. Será también que las flechas del destino se desviaron antes de llegar clavarse. Casi mejor así.