Algunos, con más suerte, nos asomamos, con vértigo eso sí, para saber si había algo detrás de aquello. Y encontramos algo completamente distinto. Una persona especial, por la que valía la pena librar batallas, como el maestro lo hace por Ares. Yo no puedo cantarlo en las tablas del Falla ni escribirlo en pasodoble, así que sólo me quedan las barras de bar, los bancos de plazas perdidas, y estas letras sin firmar que salen de mis mejores recuerdos. Pero a pesar de la diferencia con ese vídeo carnavalero, yo defiendo el mismo final que Don Antonio: muerte a la envidia, muerte a la envidia.
Confía en mi palabra, niño pirata, cuándo te digo que yo sigo moviendo mis buques por ti. Mantengo aún cruentas batallas contra quienes siempre te miraron desde abajo, y ahora creen tenerte a sus pies. Nunca entendieron nada, y la venganza se sitúa como perfecta excusa del cobarde. Ni les juzgue en su momento, ni lo hago ahora. Que me tiren a mi la primera piedra, que seguro que pequé antes. Sigo procurando, aunque cada vez menos, lo confieso, salir en tu defensa. En menor medida, sí, pero no porque no crea en mis motivos, sino porque cuánto más tiempo paso en mi Falla y en mi Viña particulares, más claro tengo que la envidia es algo genético en esta maldita tierra, forjada en falsos mitos de guerreros que se vendían al mejor postor.
Te escribo aquí que a veces te echo de menos. Por esa sonrisa casi eterna. Por esa capacidad para animar a la gente que peor andaba. Y cómo no, por aquellas cruzadas imposibles de ayuda al marginado. Por cierto, que algunos, te pagaron dejándote de lado. También me he preguntado alguna vez, que hubiera sido de mí de seguir a tu lado. Aunque, no te negaré, que no reniego de la decisión tomada. En aquel momento, tenía mis razones, y eso no se cambia. Pero posiblemente todo hubiera sido distinto. Lo cual, tampoco sé si es bueno o malo. Creo que no me puedo quejar de cómo me fue. Espero que tú tampoco. Por lo que me cuentan, por lo que me dicen, no te va mal. Y no sabes lo que me alegro.
Llevo con orgullo grabado en mi espada, la de las batallas, que yo fui capaz de ver detrás de esa máscara de carnaval. La de la arrogancia y la vanidad que llevabas, casi de continuo, ante un ambiente tan hostil como el que vivimos. Y junto a eso, cuando me lanzo contra el enemigo, llevo siempre, sin importar distancias ni tiempos ni circunstancias, tu sonrisa prendida en el pecho. Que vengan, como decía el viñero, los miserables, que yo por ti me la juego, niño pirata, blandiendo otra vez mi espada ante el ataque ignorante. Muerte a la envidia.