28 octubre 2010

Huellas sobre la arena

Reparo en el recién adquirido color de mis zapatillas blancas. Ahora son naranjas. Maldita arena. En esta época y con el mar de fondo, sería señal de unas vacaciones perfectas. Y en chanclas. Pero aquí, en mitad de una obra y con un frío más propio del otoño que de Agosto, no me hace excesiva gracia. De hecho me sale un gesto de mosqueo. Instintivo. Además me estoy aburriendo mucho. Apoyo el brazo que se cansa de aguantar al político de turno. La atención hace un rato que la perdí. Sólo oigo palabras sueltas. No sé si serán verdades, mentiras o ambas cosas a la vez. Es lo que tienen estos actos. Vuelvo a mirar al suelo. Arena para un destierro. Te diré que aquí sí que la han traído los camiones. No hay discusión, aquí sí que es imposible que llegue de unas marismas a través del aire. Vete tú a saber de dónde ha llegado. No importa. Ahora ya formará parte de esta bendita ciudad. Turistas que visiten las estrechas calles medievales, pisarán también esta nueva arena que ya es parte de la obra más importante, dicen, de nuestro futuro inmediato. Kilómetros que unirán puntos de la urbe entre árboles y grandes zonas verdes. Pero antes de que podamos pasear por allí, yo ando sobre esta arena que me ensucia las deportivas. Como te pasaba a ti con los zapatos. Sonrío al recordar cómo intentabas quitarte de los zapatos una arena parecida a esta. En cada parada que hacíamos,  la misma operación, entre las bromas generalizadas del resto.  Pienso en aquella arena que los tres nos preguntábamos de dónde podría haber llegado, mientras otro nos contaba lo del viento de la marisma. Creo que nunca lo creímos del todo.  Aquella arena tan propia para andar en tacones, ¿verdad, niña?  Aquella arena junto a la que os bailasteis nuestra sevillana a la luz de la luna al lado de la laguna. Me sale una sonrisa franca al acordarme de la promesa de regresar a aquel lugar, pero en época de lluvias. Y sin el todoterreno. En tu coche de alta gama. Que el mundo es de los valientes. Silencio. Se acabaron las declaraciones. Comenzamos la visita y andamos por la arena que tizna de naranja mis zapatillas y el bajo de mis pantalones. Y se me pasa el aburrimiento porque no puedo evitar acordarme de aquella escapada de locura. De las apuestas a todo y nada. De los cigarros en la soledad del pasillo. De las cervezas a media tarde. De los abrazos para ahuyentar el frío. De todos. Y por supuesto, de ti.

25 octubre 2010

Y eso que siempre preferí un bocata...

Plaza de toros de cemento. Sin cubierta. Octubre. Al norte del Norte. Más allá de las 8 de la tarde. ¿Hace falta explicar algo sobre el frío o se sobrentiende? Pues eso. Arrastran al último y salimos casi a la carrera de allí. Se inicia la búsqueda desesperada de un bar. Nos sirve cualquiera, no pedimos exquisiteces. Un cartel anuncia Cafetería – Pastelería al doblar una esquina. Vale. Sólo queremos un café para entrar en calor. Además apenas tenemos 10 minutos. Luego habrá que recorrer el camino de vuelta. Toca folio en blanco y darle a la tecla juntando palabras para contar a la gente lo que hemos visto. Sin preocupaciones. Media página se soluciona rapidito. A estas alturas de la temporada, puro trámite.
 Un cortado y uno con leche, por favor. De pronto se abren las puertas de lo que parece una pequeña cocina. Dos platos de churros recién hechos, salen para acompañar a un par de chocolates que ya estaban sobre la barra. Y para mí es inevitable comenzar el camino del destierro ante aquella imagen que, durante unos meses, fue el epílogo perfecto para las noches de templo. Es complicado, como me ha pasado últimamente, pararme en un solo momento. O recordar únicamente una frase suelta. Son muchos los instantes, y aún más numerosas las sentencias célebres al calor de un desayuno. Todas esas historias a las que me lleva este exilio interior tienen puntos comunes, el más importante de ellos, y por tanto el más añorado, la compañía. Vosotros. Ese dispar cuarteto del arte. Cuatro amigos diametralmente opuestos en casi todo pero unidos por amaneceres como estos, sevillanas de desamor, rones con coca-cola, interminables conversaciones telefónicas y alguna escapada de locura. Cuatro vidas distintas y con pocas cosas en común pero que una noche perdida, coincidieron en el mismo lugar y a la misma hora. Y hasta hoy. Como las cosas importantes, aquello se inició por dos tonterías. Por cuatro piropos con arte. Por unas clases de baile a coste cero. Por historias pasadas que fueron contadas al abrigo de la confianza y la complicidad. Por mil pequeños detalles que, al menos a mí, me cambiaron la vida de mis últimos meses en el foro.
No sé muy bien cómo empezó la tradición del desayuno. Directamente aparece en mi memoria como un hábito más. Lógico final para cualquier noche festiva. Al principio, siempre en aquel minúsculo bar con pocas opciones de elección: café, porras, chocolate y churros. Yo que siempre renegué de los desayunos dulces tras las farras. Yo que fui profeta del bocata o el pincho de tortilla con un ron cola como fin de fiesta. Y de repente, me vi ahí con un plato de churros y un café con leche. Nunca protesté. Como decía antes, lo importante era la compañía. No siempre éramos cuatro, eso es verdad. Algún martes perdido sólo llegábamos dos. Tú y yo, para variar, inmersos ya en una espiral de salidas y despedidas que hacían de cualquier día, el nuevo viernes. En ocasiones, se unía gente dispar desde golfos con carnet a policías con tacones pasando por futbolistas comprometidos y estudiantes en exámenes. Personas que también tienen su hueco en el recuerdo. Pero mi exilio me ha llevado hoy a los míticos, a nuestros desayunos de cuatro. Risas, bromas, recuerdos, historias. Alguna que otra duda existencial: sí, que te queremos, tío, que no des más la murga. Dobles sentidos, buscados o inocentes, estirados hasta el infinito y más allá. Canciones de detenciones y sargentos que se convirtieron en himnos extraoficiales del amanecer. Extrañas esperas en el bar, mil perdones, por dejarnos llevar  5 minutos creyendo que la niña, qué lista, no se pispaba de la situación. No puedo evitar la sonrisa. Una mueca tan alegre por lo vivido, como triste por lo mucho que lo añoro. Una mano delante de los ojos me devuelve a la realidad. En este exilio me he excedido. Mi interlocutor se ha dado cuenta de mi nula atención a sus palabras. No me queda más remedio que pedir disculpas. Han sido los churros. Y el chocolate. Inolvidable aquello, inevitable el destierro.

23 octubre 2010

Para muestra, un botón

Segundo café del día. Apenas una hora en el curro. El sueño fichó conmigo esta mañana. Doy vueltas a la cucharilla sin pensar en nada concreto. De fondo mis compañeros mantienen una conversación que aún no sé de que trata. Quizá de accidentes de tráfico. Peticiones de los de arriba. El partido del domingo. Las fiestas de los pueblos. No sé muy bien. Tampoco identifico la voz que pronuncia una frase mil veces oída: para muestra, un botón. Vacía coletilla que de inmediato me lleva a mil sitios a la vez, y a ninguno en especial. En todos los lugares dos cosas en común: tú a mi lado y él delante. Grande, único, imperecedero, genial, … ¿Qué te voy a decir yo si soy, como tú, fan, pero fan, fan? Badajoz, Bilbao, Madrid, Valladolid, Barcelona, San Sebatián… Cientos de kilómetros devorados sin pensar, siguiendo una pasión. Un gran viaje que comenzó en una cola en pleno centro del foro hace ya unos años. Y que, por suerte, aún no ha acabado. Llegamos tarde, muy tarde, niña. Pero hemos intentado recuperar el tiempo quemando ruedas y haciendo locuras en horas que se convertían en fines de semana. Tanto hemos recuperado que seríamos capaces de repetir el espectáculo en perfecto orden. Esa función en la que aún nos reímos con las mismas gracias: ¡Fiesta!. Ésa que no sé si volveremos a ver cómo tal. Pero seguro que llegarán nuevos espectáculos. Y nosotras seguiremos allí. Disfrutando, emocionándonos y apoyando, aunque sea desde el obligado silencio. Sabes que no te puedo prometer nada. Mi nueva situación me impide pensar en un futuro que vaya más allá de la semana que estoy viviendo. Pero ten claro, niña, que el lunes repetimos. Aunque no oigamos que para muestra, un botón. Cuatro palabras que me han alegrado la mañana. Doy la última vuelta al café y lo apuro de un trago. Toca currar. Pero para esa hora, yo ya he estado en mil sitios. Y todo en apenas unos segundos. Sonrío recordando. A ti. A él. A una forma de vida. ¿Repetimos?

Que cuando me vaya...

En mi coche siguen sonando los aires del sur. He aprendido, mi trabajo me ha costado, a escuchar esa música sin que se me vaya la cabeza a momentos pasados. Ni buenos ni malos. Sólo se lo concedo a Marta Quintero. Nobleza obliga, siempre. Así, que aunque ni yo me lo crea, llevo unos días en paz. En estado de plena tranquilidad zen, como dice una amiga. Ya no rompo promesas nocturnas. Me acuerdo de todos. A veces, de nadie. Disfruto de cada momento que paso aquí. Con mi gente. Y mi mente no me juega malas pasadas tan a menudo. Por supuesto, últimamente no pienso en ti. Entre el curro y la distancia, no tengo ni tiempo ni ganas. Por suerte. O por desgracia, que aún no lo tengo claro.
En el fondo, no he dejado de esperar esa chispa que pusiera en marcha a mis dos neuronas de la evasión. Y eso ha ocurrido esta mañana. Andaba currando, para variar. En pleno centro de la ciudad, con una historia de esas simpáticas. Cupones, premios y barrio obrero. Esperaba a mi compañera apoyada en el capó. De pronto, un coche ha parado a escasos metros de dónde estaba. Luces de emergencia. Una pareja. Una despedida. Y un viaje hacia otro exilio interior. Ya no es media mañana. Ahora esta amaneciendo. El coche parado en doble fila. No importa, es tan pronto, o tan tarde, quién sabe, que ni la ciudad que nunca duerme, ofrece muchos signos de vida. Nosotros, para variar, apurando la noche hasta el amanecer. Alargamos la despedida. Como si no fuésemos a vernos en apenas unas horas. Nos contamos mil historias. Recuerdos de dos vidas tan alejadas que aún no sé como llegaron a cruzarse. Confesiones y desvelos narrados  a media voz. Palabras salpicadas con besos de los que aún no he conseguido olvidar el sabor. Surgen, claro, los relatos de amores pasados. Cuentos de noches de farra. Aventuras de cama con finales variopintos. Filosofía tan trascendental como barata sobre el amor y la amistad. Y más besos sin prisa, como surgen las verónicas de Morante, recreándonos en cada gesto, en cada sabor, en cada suspiro. Frases cómplices a escasos centímetros de tus labios. Risas de quién comparte una buena amistad que se deja llevar  en despedidas como esta… Me zarandean el brazo. Y vuelvo fríamente a la realidad. Creo que he aguantado 4 días sin pensar en ti. Sin recordar esos besos que aún trato de averiguar que clase de droga me inyectaron. Ha tenido que ser algo así, porque los que me conocen sabe que yo nunca estuve así antes. Cuatro días. A la mierda el estado zen y los chakras esos que dice mi amiga. Por tu culpa. Para variar. Y por la mía claro. Como siempre.

19 octubre 2010

Pep, el filósofo

Al final resulta que un sueco deshauciado por su mala cabeza, me ha dado la clave para entender algo y volverme a exiliar. Preguntad a Pep, el filósofo, dice el muy canalla. Un maldito con los pies de oro y la cabeza de serrín. Un genio lleno de sombras. Como a mi me han gustado siempre. Historias llenas de desencuentros, enfrentamientos y páginas para la historia. Como aquellos toreros que tuvieron la gloria en sus manos y se la jugaron al póker entre lumis, humo  y copas de balón. Pero con el sueco me tiran más los colores y me parece un caradura. Me fui por las ramas, esta no es la historia de este destierro. Cuando oí lo de Pep, el filósofo, me alejé de dónde estaba porque me vinieron a la cabeza muchos momentos, buenos, malos y regulares, vividos junto a mi Pep particular, que ahora sé, cómo dice el sueco, que ha sido durante estos años mi filósofo de cabecera. Siempre ahí. Sin pedir explicaciones. Sin esperar nada a cambio. Como los buenos amigos de verdad. El informativo seguía alimentando el enfrentamiento entre jugador y entrenador, pero hacía tiempo que yo me había marchado de allí a muchos sitios a la vez.
 Recordaba aquellas lecciones de filosofía a la vera de dos rones. Aquellos interminables debates tácticos porque a mi Pep, yo también lo encontré entre balones y terrenos de juego. No puedo evitar la sonrisa. Paseó por varias noches de confesiones, lamentos, dudas, anécdotas, y otro ron con coca cola, por favor. Me paro en aquella que confesé,  bajo la tortura alcohólica, que había acabado en una cama equivocada una noche cualquiera. Punto culminante de unos meses sin moral ni cabeza. Gracias por guardar aquello. Nunca dudé que lo harías. Se me amplía la sonrisa al recordar una de las últimas cuándo aún andaba por allí. No sé el motivo pero no estábamos en un bar. Elegimos tu casa como lugar perfecto para otra noche de fútbol. Presenciar una conversación telefónica te bastó para darte cuenta de que allí pasaba algo. Y que no te lo había contado aún. Resultaba que la niña estaba ilusionándose y Pep, ¿quién sino?, fue la primera persona en darse cuenta. Acabé confesando, para variar, y me animaste a dar ese paso que no tenía claro si debía dar. No lo niegues ahora. Probablemente visto lo visto, te arrepientas, pero esa noche la lección de filosofía del momento insistió en dejarme llevar. Y vaya sí me deje…  A pesar de todo lo vivido después y de los malos ratos, también te doy las gracias por aquello, no te creas.
 Paso directamente a la carcajada porque aparecen recuerdos de campos de fútbol. Quizás seas una de las personas a la que más barbaridades he podido decir en un terreno de juego. Sin acritud. Tensión de juego. ¿Qué te voy a contar que no sepas?. Lo que se dice ahí, no sale de las líneas de cal. Sin disculpas. Sin malos rollos. Sólo pido perdón por aquellas acciones en las que puse en riesgo tu integridad física por no cantar a tiempo una salida. Lo siento. Me acuerdo de nuestros míticos terceros tiempos. Vasos de chupito, servilletas y cigarrillos como jugadores, balones y porterías para analizar los partidos. De aquello surgió un equipo, un grupo de amigas creímos entonces, basado en el buen rollo y la sinceridad. Luego llegaron los palos. Incomprensibles. Injustificados. Dos bandos que nunca debieron existir si se hubieran hecho las cosas de frente. No es tiempo ahora de darle más vueltas a aquello. Siempre tuviste mi apoyo. Pero también mi censura. Aunque haya quién no lo crea. La amistad no puede ser sólo para dar palmaditas y decir aquello que el otro quiere oír. Yo siempre te dije lo que pensaba sobre todo aquello, igual que tú me dejaste bien clarito lo que te parecían mis historias de templos y golfos. Supongo que como a mí, también te dolieron a veces las palabras. Pero siempre lo entendí como necesario. A la cara, y de frente. No como el sueco, el que ha dicho lo del filósofo, que lo ha hecho a la espalda y buscando el daño gratuito. Y lo que no sabe es que hablar de alguien como un filósofo no significa nada malo. Tonto. Yo no sé si el que se sienta en Can Barça tendrá algo de Séneca o Sócrates o Kant o alguno de esos que tuve que estudiar para selectividad. Tengo clarísimo que tu si. Al menos para mí.
 Y una cosa para cerrar este exilio que me ha llevado a mil noches y a ninguna, a cientos de historias, al comienzo de una locura a la que me animaste, al desarrollo de una traición que no te merecías…  Una última cosa decía, nos debemos una Feria o un Rocío. Apúntalo. Que algún día tocará.

Cuánta razón tenías, amigo

Aléjate de él. Tres palabras bastan esta vez, para mi mente vuelva a desconectar. Mal momento. Estoy currando y debería tener los cinco sentidos en preguntas, respuestas, datos, piezas y totales. Pero la mente tiene hoy un día juguetón y una simple frase me ha llevado a otro sitio. Ahora son más de las 6 de la madrugada. Nadie quiere irse. Seguimos la fiesta en otro antro de mala muerte, casi cualquiera nos sirve. El entorno al que me llevan mis recuerdos se vuelve oscuro, iluminado sólo por focos azules en un intento de dar intimidad y buen rollo. Miguel de Molina canta, como nadie lo ha hecho nunca, Ojos verdes, poco antes de que Alaska se pregunte aquello de a quién le importa. Extraña e interesante mezcla para acabar de apurar la noche. Casi tan rara la composición como la del grupo que ha resistido las horas festivas. Improvisado grupo de gente que ahora anda desperdigada por el bar. Dos creo que han desaparecido en una especie de oscuro pasillo que comunica las pistas de baile. La noche es joven. Tres chavales se rifan a dos apretadas chicas que nos han seguido cegadas, quizá, por el brillo de las luces de los trajes de torero. Seguro que alguna no duerme sola. Rotos para descosidos en la golfería de noches sin fin. Todo envuelto en promesas, tranquilo torero que es nuestro secreto, de que ellos nunca estuvieron allí a esas horas.
 Alguien me acerca otro ron como agradecimiento por haber aparecido allí. Te di mi palabra, amigo, sólo te pedí tiempo para la despedida, pero creo que no confiabas en mi fuerza de voluntad. Visto lo visto ahora a toro pasado, la duda era lógica. Es hora de confidencias. Sonrió al pensar en mi cara de incredulidad cuándo me dejaste claro que sabías o intuías certeramente casi todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Amigos de cuatro noches. De horas quemadas hasta el amanecer. De rones tomados como desayuno. Y, sin embargo, existía, casi de forma mágica, una corriente de simpatía y confianza mutua. Casi sabías más que yo. O al menos tu tenías más certezas de las que yo en aquellos momentos, me resistía a admitir. La información es poder, periodista. Eso me dijiste con socarronería antes de confesar que, en cierta manera, a ti te gustaba ser poderoso. Encima guasa. Recuerdo que me hiciste sonrojar varias veces esa noche. Querías que te confesara con palabras algo que ni yo misma me atrevía a declarar en la soledad de mi habitación. Incluso te bastaron mis miradas y mis elocuentes silencios para confirmar lo que ya creías sobre mis sentimientos. Ahora debería ser yo quién te invitase a una copa, porque en el fondo, no ibas desencaminado. Mi semblante cambia al recordar cómo cesaron las risas. Las confidencias tomaban un tono aún más serio. Grave. Formal. Me pides permiso para decirme algo. No quiero molestarte, repites una y otra vez a escasos centímetros de mi cara. Vuelvo a sonreír al pensar en cómo te miraba mientras repetías la frasecita. A estas horas, creo que te conteste, no se pide permiso, en todo caso, luego me pides perdón…. Aléjate de él, niña… Incredulidad… Me quede como un púgil noqueado, y recuerdo entre brumas que sólo pude balbucear un lamentable ahora ya no puedo…. Volviste a repetirlo y además, amigo, me advertiste del daño que todo esto podía hacerme. Y yo sólo podía reiterar aquel patético no puedo… Aléjate de él. Y un brazo me aparta hacia la derecha para salirme del plano del entrevistado. Es agosto, media mañana de un lunes y el frío corta la cara.

13 octubre 2010

Área de servicio

Una mirada de soslayo. Plena madrugada. Una vuelta agridulce. La arena negra de Bilbao sólo pudo contemplar detalles de ese duende de la Ribera. A la vez volvimos a emocionarnos con la verdad de un murciano pequeño y rubio. En vaqueros. Como los valientes. Una guerra a muerte. La grandeza de una pasión. De un arte. De un rito. La radio escupe titulares deportivos de domingo por la noche. Tragedia nacional porque a un niño portugués le dieron un golpe en el tobillo y tiene molestias. Me vienen a la mente los puñales de los escolares. Visualizo una taleguilla abierta de arriba abajo. Los vaqueros. Una contusión en un tobillo. Manda huevos. Paro el motor del coche. Estoy a pocos kilómetros de mi casa, tengo combustible de sobra y ni me acechan el hambre o la sed. Pero me apetecía parar. Aquí y a esta hora. Por mi. Por ti. Por él. Pido un refresco y me siento en la misma mesa que aquella noche. Estoy sola en el área de servicio. Pero cierro los ojos y puedo volver a ver las sillas llenas. Un equipo que es como una familia. Y tú y yo adoptadas como dos más. Las niñas. Nos cuidan como si todos fueran nuestros padres. Nobleza obliga, y la orden viene de arriba. Suena el teléfono para cerciorarse de que estamos allí, con ellos. Tranquilo jefe, que están bien. ¿Te acuerdas? Seguro que sí. Fue de los últimos. Abro los ojos y siento muy dentro lo mucho que lo echo de menos. Sé, por telepatía, que tú también. Hace demasiado que no vibramos en un asiento. Son bastantes días sin mirarnos para decirnos, sin palabras, que estamos viviendo algo mágico. Se acumulan por exceso los minutos en los que no siento un codazo en el final sostenido en el aire de una canción. Miro a mi alrededor y me sale una sonrisa grande, franca, necesaria. Dentro de una semana volveremos a sentir todo eso. Como antes. Como siempre. No queda nada, niña. Por fin.

12 octubre 2010

Por unas gotas de sudor

Vaya noche buena que estábamos pasando. Me sorprendo a mí misma disfrutando de la noche de esta ciudad. Tanto que he renegado y mira, ahora quemando las horas como si fuesen minutos. Pero es que hoy estamos todos. Juntos de nuevo. Los cinco de Castilla. Y yo disfrutando. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien por aquí. Risas cómplices. Historias vividas en años estudiantiles. Taras mentales de relaciones que son, fueron o podrían ser. Puyas de lado a lado con crueldad cariñosa. Alguna duele, pero se perdonan. Música. Copas. Alguna mirada al morenazo del grupo de al lado. Y a ese alto de camisita. Ese es muy mío. No recordaba tantos buenos ejemplares por aquí. Más risas. Del foro, lo juro, ni medio recuerdo. Hoy no. Me niego. Carpe Diem. Se acerca un amigo para comentarme algo. La música a todo volumen hace imposible la comunicación. Intentó acercarme, pero nada. Pongo una mano cariñosa en la nuca para acercar su boca a mi oído. Calor. Sudor. Y todo el buen rollo y el estado zen, se va a la mierda por un gesto insignificante. Toco su pelo húmedo y otra vez los recuerdos se ponen de pie. Día golfo. Una de cal y otra de arena. Mucha niña mona. Minifaldas y escotes a la orden del día, o de la noche. Y tú atento a todas. Sin perder comba. Sin decidirte pero sin descansar. Ni un parón para darle un sorbo al cubata. Miro para otro lado con, total y fingida, para que negarlo, indiferencia. No puedo, ni quiero, ni debo pedir explicaciones. La mejor de mis sonrisas es mi arma contra todo y todas. Abuso de la ironía y el sarcasmo, puyita va, puyita viene. En el fondo, no lo puedo negar, aparece la acidez en el estómago y el nudo en la garganta. Porque lo que me apetece es perderme en tus labios, como unas horas antes. Allí delante, sin importar el que dirán. Pero sé que ahora no puede ser, quizá en un rato volvamos a alargar la despedida. Un ejercicio ése de pérdida de dignidad para muchos. Pero a estas alturas, ya me sé de memoria el cuento que tú me ofreces. Y también cómo se ve desde fuera. Y no es que no me importe, es que no lo puedo evitar. Siempre caigo en tus labios a pesar de todo. Pero ahora voy a disfrutar de todo. Sin malos ratos. Estoy en mis dos días de exilio físico. Así que sigue golfeando que yo voy a volver a las risas con la niña. Pero en un momento coincidimos. Nos sentamos juntos. Como antes. Y vuelven las confidencias a media voz. Las canciones y las fotos que vuelan de móvil a móvil. Los susurros de historias pasadas al oído. Ya no hay niñas monas. Estamos tú y yo. Como si estuviéramos solos. De fondo un fandango bien cantado. Te acercas a decirme algo. Me vuelvo a perder en tu olor. Y no puedo evitarlo. Me sale instintivo. Un gesto. El nuestro. Mis dedos juegan entre tu pelo. Te acaricio despacio el cuello. Sudor. Calor. Parpadeo. Veo la cara de mi amigo de toda la vida enfrente de mí. “Te has ido de fiesta a otro lado y a otro momento, ¿verdad?”. Sonrío. Cómo me conoces,tío. Pero sé que me entiendes porque a ti también te pasa de vez en cuándo.

10 octubre 2010

Y un hielo como balón

Estaba sólo en el suelo. Era lógico, lo acababa de dejar yo, tras sacarlo de mi vaso. Demasiado hielo para mi, últimamente, renqueante garganta. Sin motivo me salió un gesto instintivo: patadita para intentar acertar en una alcantarilla cercana. Y así, mi mente me volvió a sacar de esta aburrida ciudad. De pronto me ví en pleno Diciembre. Frío invernal. Un puente festivo, y tú y yo, como valientes, solos en el foro. No recuerdo las razones pero allí estábamos. Dos amigos, dos compañeros, dos hermanos nacidos a más de mil kilómetros el uno del otro. Cae la noche. Y nos perdemos en la locura de coger el verde autobús que nos lleva a la capital. Como compañeros sólo llevamos una botella de ron, otra de refresco, dos vasos y unos hielos. Perfectos acompañantes para nuestra soledad. Y es que nos tenemos el uno al otro, y los dos sabemos que, en el fondo, con eso basta. El parque de siempre como casi nunca lo vimos: extrañamente desierto. Pasan las horas entre bromas, profundas reflexiones y confidencias de mil tipos. Sólo una conclusión para todo: Brother, tú yo debimos encontrarnos antes. Fútbol, mujeres, política, hombres, estudios, sexo, familia… Los temas se suceden en torrente desordenado. Historias que surgen casi siempre sin ningún punto común. Y de pronto caemos en la locura definitiva…. Te levantas, tiras un hielo al suelo y comienza un particular partido de fútbol. Dos bancos a modo de pequeñas porterías. Balompié en plena madrugada. Con un par. Vuelvo mi mirada a ese cubito de hielo que antes no conseguí meter en la alcantarilla por pocos centímetros. Y siento, como una puñalada que duele, lo mucho que te echo de menos, brother. Para hablar. Para reír. Para llorar. Para salir. Para discutir. Para escucharte. Para echarte la bronca. O sólo para estar a tu lado, como durante los mejores años de mi vida. Por y para todo, corazón. Bueno, para casi todo. Estoy dejando de jugar al Pro en las noches perdidas. Con lo que yo fui. Será que me enamoré en la noche madrileña y perdí la cabeza. Ya te lo contaré, que esta vez, me toca darte la chapa a mí. Ya era hora. El café, ahora sí, lo pago yo.

09 octubre 2010

Un vodka caramelo, por favor

Viernes. Miro de reojo la hora que marca el reloj del coche mientras conduzco hacia casa. Apenas pasan unos minutos de la medianoche. Me siento extraña mientras aparco. Parece una tontería pero casi ni recordaba cómo era llegar un viernes a la guarida del guerrero a tan tempranas horas. Le doy vueltas a la conversación recién acabada. Promesas de trabajos y proyectos que nadie sabe si saldrán pero que nos ilusionan como si fuesen a empezar mañana mismo. De fondo, la opción de quedarse aquí haciendo lo que me gusta, frente al anhelo de volver a la aventura del foro. Luces apagadas. Me doy casi de bruces con el mueblebar, que de improviso, se me ofrece como solución de emergencia para no caer en los programas del corazón que a esa hora emiten en la tele. Un vaso, dos hielos y un vodka caramelo. Exótica bebida. Ahora se ha convertido en habitual para mis amigos. Mucho antes, yo la descubrí entre piratas, y afiancé mi relación con ella en madrugadas andaluzas. Por eso el primer trago me lleva a unas cartas. Un mus a la luz de la luna. Nos lo jugábamos todo. Nunca quise saber de verdad lo que significaba aquella apuesta. Desafío, por cierto, que gané y del que nunca llegué a cobrar tributo. Recorro mi habitación en la penumbra de la noche y con el sabor dulzón del vodka en los labios. Abro la ventana y me encuentro con la luna mientras el viento del norte me corta la cara. Frío veraniego que tantas veces eche de menos el año pasado por estas fechas. Bendita tierra esta. Mirando al cielo, intento acordarme de lo que me explicabas de las estrellas y las constelaciones. Siempre me extraño aquella afición en un bohemio al que conocí de madrugada dando lecciones de golfería entre rones y canciones de desamor. Una más de tus contradicciones. Otra vez. Me he vuelto a acordar de ti. Da igual que cada noche, tras el examen de conciencia pertinente, me prometa una y mil veces que no pensaré en ti, que ya no merece la pena. Pero hoy tengo excusas. Ha sido el vodka caramelo. Y las estrellas. Lo juro.

07 octubre 2010

Eso es

Cuando mi mente volvió a la realidad, intenté recordar cómo había acabado pensando en aquello. Suele ser al revés: primero un motivo, luego un exilio. Pero esta vez fue distinto ya que mi mente viajo a otro sitio y momento sin que yo supiera exactamente el motivo. Por eso tuve que pensar después en las razones de aquello. Quizás fuese la balada aflamencada que sonaba de fondo. No era la de aquella noche, pero el ritmo se asemejaba. Podían ser aquellos escalones que dividían el garito, como ocurría también en el plató de mi recuerdo. Yo un peldaño por encima, disfrutando de la noche a tu espalda. Me fijé también en aquella conocida y mil veces vivida, mezcla de golfos con americana y niñas monas ávidas de cariño monetario. No me acababa de convencer ninguna, aunque las tres podían haber dado alas a mi mente. Dos palabras rompieron mis cavilaciones: “Eso es”. Se hablaba, en esta ocasión, de toros. No podía ser de otra manera. Por las fechas, el lugar y la compañía. Alguien reafirmaba la idea de otro tertuliano con esa breve frase que supe al instante que ya se había pronunciado antes. Y también sabía, ahora, que ese había sido el detonante para irme por un momento de allí. La música, las escaleras, el ambiente y, sobre todo, un “eso es” cazado al vuelo. Un póker perfecto para trasladarme al foro, para variar. Noche perdida de  otro fin de semana sin principio conocido ni final anunciado. Martes, jueves, viernes, sábado… ¿quién sabe?. Un templo de perdición, pero no el de siempre, pues hicisteis de cicerones en la noche madrileña. Buena zona. Coches de lujo. Caras conocidas. Dinero por castigo. Y tú y yo con el día tonto. Susceptibilidad a flor de piel frente a golfería como traje de noche. Mala combinación. Opto por el pasotismo y la indiferencia, porque tampoco tengo, no lo quiero, derecho a pedir ni media explicación. Tú a lo tuyo, o a las tuyas: casi sirve cualquiera para un piropo, una sonrisa o una mirada. Pero siempre acabas roneando hacia el escalón de arriba. Te acercas. Mantienes la mirada desafiante, pero soy yo quién pasa de este reto. Te creces con la indiferencia y me acaricias la mano. De la indolencia al cabreo hay un paso que me planteo si dar. Cruzo una mirada con la niña y noto, telepatía por supuesto, que se esta descojonando en su interior con la situación que ha captado a la primera. Suena una balada. La misma que ahora cambio cuando aparece en el disco de mi coche. Te acercas aún más. Sigo a mi rollo sin darle importancia a lo que haces. Me miras inquisitivo. Dejas caer la cabeza hasta casi rozarme… Y cae mi resistencia. Sacó medio pie del escalón. Siento tu cuerpo muy pegado al mío. Mi boca ronda peligrosamente tu mejilla. Me vuelvo a perder en ese olor que aún no he conseguido olvidar. Me coges las manos y las dejas en tu cintura. Pones las tuyas encima con una suave caricia. Giras la cabeza, acercas tu boca creo que demasiado como para mantener el control sobre las ganas de dejarse llevar, y susurras con una sonrisa un “eso es” que se me clava en el alma.

El brillo de la carretera

Aburrida espera en la puerta de un hospital. Ante mis ojos, entradas y salidas, camillas, sillas de ruedas, batas blancas… Mil historias anónimas que confluyen en una sala de espera. Abro el bolso de manera casi mecánica. No busco nada especial. Ya devoré todas las lecturas que tenía a mano, así que tan sólo trato de matar el tiempo. Cartera, móvil, papeles varios y muchos bolis. Nada nuevo ni sorprendente. Sin embargo, escondiéndose del ajetreo diario aparece por sorpresa un pequeño brillo de labios. Sencillo. Sin marca. Medio vacío, o medio lleno, depende. Y es inevitable pensar en ti. En todas las historias que ha vivido esa pequeña barra de labios transparente. Los recuerdos se ponen de pie en aquella lánguida sala de espera. Cambios de ropa en un coche. Peluquería y maquillaje en dos metros cuadrados. Casi ná. Bilbao, Valencia, Pamplona, Barcelona… Mil sitios. Muchos en fiestas que casi ni disfrutamos. Grandes rutas amenizadas siempre por la misma música. La suya, claro. Viajes amenizados por las mismas historias, contadas unas y otra vez. Cada día, un fin de semana. Cada fin de semana, unas vacaciones. “Grandes Aventuras de la Sociedad Limitada”  (teníamos que haber escrito aquel diario de ruta),  de las que no sé ni con cual quedarme porque todas tienen algo especial. Ayer tuvimos una mala noticia, ¿verdad, niña? Y por eso no puedo evitar estremecerme al mirar de nuevo el brillo de labios. Todo va a salir bien, seguro. Así que en la próxima historia que nos toque vivir, que la habrá, seguro, recuérdame que te lo devuelva. Y si no puede ser, porque las circunstancias lo impiden, ven a buscarlo. Sabes que te espero.

Reflexiones al salir el sol

Hoy estoy viendo amanecer. Hacía un par de meses que al llegar un sábado, al marcar el reloj estas horas, yo no estaba en la calle. Pero lo de hoy es otra historia. Hospitales por templos. Urgencias por pistas de baile. Vidas cruzadas  en una sala de espera. Padres primerizos. Vacaciones truncadas. Matrimonios de ancianos que se aprietan fuerte la mano, conscientes de que sólo se tienen el uno al otro. Miro alrededor y no encuentro las sonrisas que solía ver a estas horas. Sólo veo gestos de dolor, de angustia, de sueño, de agobio… Repaso con la mirada el lugar en el que estoy y me  encuentro de bruces con el calendario. Y no puedo evitar evadirme de allí. Sé que me ha salido una sonrisa de oreja a oreja que no concuerda ni con el lugar ni con la situación. Todo había comenzado viendo, de nuevo, el amanecer de un sábado. El círculo se cerraba ahora en la hoja de un solitario almanaque. Hoy hace justo dos meses. Sesenta días desde que nos despedimos. Tiempo más que suficiente para olvidar el sabor de tus labios y para no recordar el perfume que siempre vencía mi resistencia. Pero no voy a mentir. Casi todas las horas de esos días que he pasado sin verte, he ido incumpliendo la promesa de no volver a pensar en ti. Dos meses de vidas opuestas, ésas que nunca dejamos de tener y que ahora vuelven con más fuerza y, en mi caso, amargura.  Después de compartir risas, noches, bailes, confidencias a media luz y desayunos al amanecer, ahora suman más de medio centenar de días con otras personas dispuestas a desordenarnos la vida…  Y las noches de esos días no han tenido sonidos del sur para decirnos mil cosas con la mirada. Esos compases que quise regalarte, antes de irme, para que suenen en ese coche que fue testigo mudo de amaneceres de besos y confidencias. Vuelvo a levantar la vista. Dos meses he tardado en volver a ver amanecer una mañana de sábado.