Al final resulta que un sueco deshauciado por su mala cabeza, me ha dado la clave para entender algo y volverme a exiliar. Preguntad a Pep, el filósofo, dice el muy canalla. Un maldito con los pies de oro y la cabeza de serrín. Un genio lleno de sombras. Como a mi me han gustado siempre. Historias llenas de desencuentros, enfrentamientos y páginas para la historia. Como aquellos toreros que tuvieron la gloria en sus manos y se la jugaron al póker entre lumis, humo y copas de balón. Pero con el sueco me tiran más los colores y me parece un caradura. Me fui por las ramas, esta no es la historia de este destierro. Cuando oí lo de Pep, el filósofo, me alejé de dónde estaba porque me vinieron a la cabeza muchos momentos, buenos, malos y regulares, vividos junto a mi Pep particular, que ahora sé, cómo dice el sueco, que ha sido durante estos años mi filósofo de cabecera. Siempre ahí. Sin pedir explicaciones. Sin esperar nada a cambio. Como los buenos amigos de verdad. El informativo seguía alimentando el enfrentamiento entre jugador y entrenador, pero hacía tiempo que yo me había marchado de allí a muchos sitios a la vez.
Recordaba aquellas lecciones de filosofía a la vera de dos rones. Aquellos interminables debates tácticos porque a mi Pep, yo también lo encontré entre balones y terrenos de juego. No puedo evitar la sonrisa. Paseó por varias noches de confesiones, lamentos, dudas, anécdotas, y otro ron con coca cola, por favor. Me paro en aquella que confesé, bajo la tortura alcohólica, que había acabado en una cama equivocada una noche cualquiera. Punto culminante de unos meses sin moral ni cabeza. Gracias por guardar aquello. Nunca dudé que lo harías. Se me amplía la sonrisa al recordar una de las últimas cuándo aún andaba por allí. No sé el motivo pero no estábamos en un bar. Elegimos tu casa como lugar perfecto para otra noche de fútbol. Presenciar una conversación telefónica te bastó para darte cuenta de que allí pasaba algo. Y que no te lo había contado aún. Resultaba que la niña estaba ilusionándose y Pep, ¿quién sino?, fue la primera persona en darse cuenta. Acabé confesando, para variar, y me animaste a dar ese paso que no tenía claro si debía dar. No lo niegues ahora. Probablemente visto lo visto, te arrepientas, pero esa noche la lección de filosofía del momento insistió en dejarme llevar. Y vaya sí me deje… A pesar de todo lo vivido después y de los malos ratos, también te doy las gracias por aquello, no te creas.
Paso directamente a la carcajada porque aparecen recuerdos de campos de fútbol. Quizás seas una de las personas a la que más barbaridades he podido decir en un terreno de juego. Sin acritud. Tensión de juego. ¿Qué te voy a contar que no sepas?. Lo que se dice ahí, no sale de las líneas de cal. Sin disculpas. Sin malos rollos. Sólo pido perdón por aquellas acciones en las que puse en riesgo tu integridad física por no cantar a tiempo una salida. Lo siento. Me acuerdo de nuestros míticos terceros tiempos. Vasos de chupito, servilletas y cigarrillos como jugadores, balones y porterías para analizar los partidos. De aquello surgió un equipo, un grupo de amigas creímos entonces, basado en el buen rollo y la sinceridad. Luego llegaron los palos. Incomprensibles. Injustificados. Dos bandos que nunca debieron existir si se hubieran hecho las cosas de frente. No es tiempo ahora de darle más vueltas a aquello. Siempre tuviste mi apoyo. Pero también mi censura. Aunque haya quién no lo crea. La amistad no puede ser sólo para dar palmaditas y decir aquello que el otro quiere oír. Yo siempre te dije lo que pensaba sobre todo aquello, igual que tú me dejaste bien clarito lo que te parecían mis historias de templos y golfos. Supongo que como a mí, también te dolieron a veces las palabras. Pero siempre lo entendí como necesario. A la cara, y de frente. No como el sueco, el que ha dicho lo del filósofo, que lo ha hecho a la espalda y buscando el daño gratuito. Y lo que no sabe es que hablar de alguien como un filósofo no significa nada malo. Tonto. Yo no sé si el que se sienta en Can Barça tendrá algo de Séneca o Sócrates o Kant o alguno de esos que tuve que estudiar para selectividad. Tengo clarísimo que tu si. Al menos para mí.
Y una cosa para cerrar este exilio que me ha llevado a mil noches y a ninguna, a cientos de historias, al comienzo de una locura a la que me animaste, al desarrollo de una traición que no te merecías… Una última cosa decía, nos debemos una Feria o un Rocío. Apúntalo. Que algún día tocará.