Reparo en el recién adquirido color de mis zapatillas blancas. Ahora son naranjas. Maldita arena. En esta época y con el mar de fondo, sería señal de unas vacaciones perfectas. Y en chanclas. Pero aquí, en mitad de una obra y con un frío más propio del otoño que de Agosto, no me hace excesiva gracia. De hecho me sale un gesto de mosqueo. Instintivo. Además me estoy aburriendo mucho. Apoyo el brazo que se cansa de aguantar al político de turno. La atención hace un rato que la perdí. Sólo oigo palabras sueltas. No sé si serán verdades, mentiras o ambas cosas a la vez. Es lo que tienen estos actos. Vuelvo a mirar al suelo. Arena para un destierro. Te diré que aquí sí que la han traído los camiones. No hay discusión, aquí sí que es imposible que llegue de unas marismas a través del aire. Vete tú a saber de dónde ha llegado. No importa. Ahora ya formará parte de esta bendita ciudad. Turistas que visiten las estrechas calles medievales, pisarán también esta nueva arena que ya es parte de la obra más importante, dicen, de nuestro futuro inmediato. Kilómetros que unirán puntos de la urbe entre árboles y grandes zonas verdes. Pero antes de que podamos pasear por allí, yo ando sobre esta arena que me ensucia las deportivas. Como te pasaba a ti con los zapatos. Sonrío al recordar cómo intentabas quitarte de los zapatos una arena parecida a esta. En cada parada que hacíamos, la misma operación, entre las bromas generalizadas del resto. Pienso en aquella arena que los tres nos preguntábamos de dónde podría haber llegado, mientras otro nos contaba lo del viento de la marisma. Creo que nunca lo creímos del todo. Aquella arena tan propia para andar en tacones, ¿verdad, niña? Aquella arena junto a la que os bailasteis nuestra sevillana a la luz de la luna al lado de la laguna. Me sale una sonrisa franca al acordarme de la promesa de regresar a aquel lugar, pero en época de lluvias. Y sin el todoterreno. En tu coche de alta gama. Que el mundo es de los valientes. Silencio. Se acabaron las declaraciones. Comenzamos la visita y andamos por la arena que tizna de naranja mis zapatillas y el bajo de mis pantalones. Y se me pasa el aburrimiento porque no puedo evitar acordarme de aquella escapada de locura. De las apuestas a todo y nada. De los cigarros en la soledad del pasillo. De las cervezas a media tarde. De los abrazos para ahuyentar el frío. De todos. Y por supuesto, de ti.