Anoche besé otros labios. Después de unos meses perdiéndome sólo en el sabor de tu boca. Tras otro tiempo viviendo del recuerdo de aquellas noches que no queríamos que acabasen. No sé muy bien cómo llegué a caer en aquellos brazos. Puedo decir, si sirve de algo, que no fue el alcohol. No, por ahí no me perdí. Quizá el ambiente, las palabra bonitas, las miradas de coqueteo, la necesidad de acabar con una tensión que venía de atrás, la posibilidad de cerrar un capítulo que se abrió en tardes de toros y golfería en el foro… Y por supuesto, ahora lo tengo claro aunque lo intente negar una y mil veces, el dolor de tu recuerdo. Besos apasionados con otra persona para olvidarme de ti. Aquello del clavo y la mancha de mora en lo que tú siempre decías que no creías. Hoy, yo tampoco lo hago. No hay más que verme, pensando en ti de nuevo y jodiéndome de nuevo las promesas que me hago cada noche.
Tampoco voy a tirarme el rollo del victimismo aquí. No me arrepiento. Ni me sentí mal en ese momento. Sin compromiso. Sin preguntas. Como aquella madrugada, cuando ya te había despedido, y, al amanecer, se me fueron la cabeza y la boca con un amigo en un bar perdido. Ni pido ni doy explicaciones. No somos más que buenos amigos, ni hubo posibilidades nunca de pasar de ahí. Ni antes, ni ahora, ni mañana. Mal no. Pero tampoco me sentí bien. No tuve la necesidad de alargar el momento como me ocurría contigo. Ni siquiera perdí el control, como él quería que hiciera y cómo yo te pedí a ti que hicieras en tantas ocasiones. No voy a mentir y menos aquí que la cobardía me esconde tras un nick, como dije antes, no me acordé de ti, aunque parezca lo contrario por estas líneas. Al menos, no al principio cuando mi boca y mis manos respondieron con pasión a los besos y las caricias. Me deje llevar encantada de la situación. Pero la puta casualidad o la torpeza de una frase a destiempo fue lo que te volvió a llevar a mi mente. “Niña, déjate llevar que parece que siempre haces lo políticamente correcto.” Fue un puyazo en todo lo alto. Dejé de responder a los besos con las mismas ganas porque un flash te trajo a mi memoria. Hacer lo correcto. Fui todo lo sincera que pude porque no hubo maldad en esas palabras: “llevo mucho tiempo intentando ordenar mi vida por dejarme llevar, así que tú no me pidas que pierda la corrección porque llegas muy tarde para ello.”. Y sentí el sabor de tus labios otra vez. Y volví a quedar derrotada por el olor del perfume de tu cuello. Pero abrí los ojos y no eras tú a quién tenía enfrente. Maldije la hora que me crucé contigo, como dice aquella canción que descubrí, cómo no, en el templo.