09 diciembre 2010

Profeta de un milagro pagano

Andaba rematando la crónica con más ganas de irme a casa que de pasar a la historia por aquellas letras. Puro trámite. Sin nada interesante. Palabras correctas y anodinas para una tarde que mañana se me habrá olvidado. Suena el móvil y veo el nombre de quién me llama. Siento que mi cabeza se va de allí, pero esta vez, sólo en tiempo, ya que el plató del exilio es el mismo en el que estoy. Fiestas grandes de la ciudad. Pasan las diez de la noche y aún no he empezado a darle a la tecla. El que firma la crónica se ha despedido de mí en la puerta. Trabajo cumplido. A mi jefa le quedan apenas tres líneas para cerrar lo suyo. Y el resto, la carpintería que nadie lee pero que deja bonito el suplemento, esta en blanco. Me arrepiento de haber aceptado el papel de chica para todo. Pero ya es tarde, toca venirse arriba. No he abierto el programa de edición cuando suena el móvil. Ya han llamado de los otros medios, así que tiene que ser personal. Las miradas acusatorias se ciernen sobre mi porque el politono sigue sonando. Miro de refilón y al leer quién me llama sólo puedo pulsar la tecla verde. Nobleza obliga. La primera idea es pedir un retraso en la conversación de, al menos, una hora.  Pero  el interlocutor no esta dispuesto porque acaba de presenciar un milagro que debe contarme en el momento. Antes de nada, me quejo, para variar: que voy fatal, que no he empezado, que tal, que cual… Pero me mandan callar de inmediato. No me importa, dicen desde el otro lado. La confianza da un asco tremendo en ocasiones como esta. Me doy por vencida: venga va, cuéntamelo rápido. ¿Qué si sé dónde estas? Para adivinanzas estoy yo ahora. Claro, en el hotel de las tertulias. Como echo de menos aquello, cuándo tú y yo ocupábamos esa primera mesa y todo el mundo nos conocía. Y mírame ahora, aquí estresada. En el hotel tienen puesta la tele local. Mira que bien. Te ha gustado la crónica que he dado deprisa y corriendo. No me lo creo, pero bueno, te doy las gracias por el halago. Seguro que me sacas mil pegas, pero estaba súper apurada de tiempo y no tenía nada escrito. Dudo de si el motivo de la conversación en un momento tan malo para mí, es decirme que te ha gustado la crónica. Que no, que es otra cosa. Joder. Dios ha oído lo que has dicho. ¿¿¿Perdón???. Me cuentas que estaba sentado esperando a que empezase el coloquio y que al oír cómo hablaban de toros en la televisión de la cafetería, ha vuelto la silla y se ha puesto a escucharme atentamente. Creo que se me ha parado el corazón por unos segundos. Sigues con el relato. Y cómo todo el mundo hemos visto el gesto, pues cómo que se ha hecho un silencio y se han vuelto todos a mirar la tele que, por cierto, vaya imágenes malas que han puesto. Pero vamos que lo importante era la cara de atención que ponía "el que descumplía años por naturales", como le llamó Sabina, mientras tú hablabas de la tarde. Ahora sí que no me podré concentrar en darle a la tecla. Imposible sabiendo eso… El tono del móvil me saca de aquel exilio, y me traslada al presente. Vuelves a ser tú. Como aquel día de las fiestas. Como tantas y tantas veces. Y como nobleza obliga, esta vez también descuelgo, por si has vuelto a ver a Dios escuchando una crónica mía. O simplemente para oír los reproches de Pepito Grillo. Gracias por ser y estar.