En mi coche siguen sonando los aires del sur. He aprendido, mi trabajo me ha costado, a escuchar esa música sin que se me vaya la cabeza a momentos pasados. Ni buenos ni malos. Sólo se lo concedo a Marta Quintero. Nobleza obliga, siempre. Así, que aunque ni yo me lo crea, llevo unos días en paz. En estado de plena tranquilidad zen, como dice una amiga. Ya no rompo promesas nocturnas. Me acuerdo de todos. A veces, de nadie. Disfruto de cada momento que paso aquí. Con mi gente. Y mi mente no me juega malas pasadas tan a menudo. Por supuesto, últimamente no pienso en ti. Entre el curro y la distancia, no tengo ni tiempo ni ganas. Por suerte. O por desgracia, que aún no lo tengo claro.
En el fondo, no he dejado de esperar esa chispa que pusiera en marcha a mis dos neuronas de la evasión. Y eso ha ocurrido esta mañana. Andaba currando, para variar. En pleno centro de la ciudad, con una historia de esas simpáticas. Cupones, premios y barrio obrero. Esperaba a mi compañera apoyada en el capó. De pronto, un coche ha parado a escasos metros de dónde estaba. Luces de emergencia. Una pareja. Una despedida. Y un viaje hacia otro exilio interior. Ya no es media mañana. Ahora esta amaneciendo. El coche parado en doble fila. No importa, es tan pronto, o tan tarde, quién sabe, que ni la ciudad que nunca duerme, ofrece muchos signos de vida. Nosotros, para variar, apurando la noche hasta el amanecer. Alargamos la despedida. Como si no fuésemos a vernos en apenas unas horas. Nos contamos mil historias. Recuerdos de dos vidas tan alejadas que aún no sé como llegaron a cruzarse. Confesiones y desvelos narrados a media voz. Palabras salpicadas con besos de los que aún no he conseguido olvidar el sabor. Surgen, claro, los relatos de amores pasados. Cuentos de noches de farra. Aventuras de cama con finales variopintos. Filosofía tan trascendental como barata sobre el amor y la amistad. Y más besos sin prisa, como surgen las verónicas de Morante, recreándonos en cada gesto, en cada sabor, en cada suspiro. Frases cómplices a escasos centímetros de tus labios. Risas de quién comparte una buena amistad que se deja llevar en despedidas como esta… Me zarandean el brazo. Y vuelvo fríamente a la realidad. Creo que he aguantado 4 días sin pensar en ti. Sin recordar esos besos que aún trato de averiguar que clase de droga me inyectaron. Ha tenido que ser algo así, porque los que me conocen sabe que yo nunca estuve así antes. Cuatro días. A la mierda el estado zen y los chakras esos que dice mi amiga. Por tu culpa. Para variar. Y por la mía claro. Como siempre.