Aburrida espera en la puerta de un hospital. Ante mis ojos, entradas y salidas, camillas, sillas de ruedas, batas blancas… Mil historias anónimas que confluyen en una sala de espera. Abro el bolso de manera casi mecánica. No busco nada especial. Ya devoré todas las lecturas que tenía a mano, así que tan sólo trato de matar el tiempo. Cartera, móvil, papeles varios y muchos bolis. Nada nuevo ni sorprendente. Sin embargo, escondiéndose del ajetreo diario aparece por sorpresa un pequeño brillo de labios. Sencillo. Sin marca. Medio vacío, o medio lleno, depende. Y es inevitable pensar en ti. En todas las historias que ha vivido esa pequeña barra de labios transparente. Los recuerdos se ponen de pie en aquella lánguida sala de espera. Cambios de ropa en un coche. Peluquería y maquillaje en dos metros cuadrados. Casi ná. Bilbao, Valencia, Pamplona, Barcelona… Mil sitios. Muchos en fiestas que casi ni disfrutamos. Grandes rutas amenizadas siempre por la misma música. La suya, claro. Viajes amenizados por las mismas historias, contadas unas y otra vez. Cada día, un fin de semana. Cada fin de semana, unas vacaciones. “Grandes Aventuras de la Sociedad Limitada” (teníamos que haber escrito aquel diario de ruta), de las que no sé ni con cual quedarme porque todas tienen algo especial. Ayer tuvimos una mala noticia, ¿verdad, niña? Y por eso no puedo evitar estremecerme al mirar de nuevo el brillo de labios. Todo va a salir bien, seguro. Así que en la próxima historia que nos toque vivir, que la habrá, seguro, recuérdame que te lo devuelva. Y si no puede ser, porque las circunstancias lo impiden, ven a buscarlo. Sabes que te espero.