07 octubre 2010

Reflexiones al salir el sol

Hoy estoy viendo amanecer. Hacía un par de meses que al llegar un sábado, al marcar el reloj estas horas, yo no estaba en la calle. Pero lo de hoy es otra historia. Hospitales por templos. Urgencias por pistas de baile. Vidas cruzadas  en una sala de espera. Padres primerizos. Vacaciones truncadas. Matrimonios de ancianos que se aprietan fuerte la mano, conscientes de que sólo se tienen el uno al otro. Miro alrededor y no encuentro las sonrisas que solía ver a estas horas. Sólo veo gestos de dolor, de angustia, de sueño, de agobio… Repaso con la mirada el lugar en el que estoy y me  encuentro de bruces con el calendario. Y no puedo evitar evadirme de allí. Sé que me ha salido una sonrisa de oreja a oreja que no concuerda ni con el lugar ni con la situación. Todo había comenzado viendo, de nuevo, el amanecer de un sábado. El círculo se cerraba ahora en la hoja de un solitario almanaque. Hoy hace justo dos meses. Sesenta días desde que nos despedimos. Tiempo más que suficiente para olvidar el sabor de tus labios y para no recordar el perfume que siempre vencía mi resistencia. Pero no voy a mentir. Casi todas las horas de esos días que he pasado sin verte, he ido incumpliendo la promesa de no volver a pensar en ti. Dos meses de vidas opuestas, ésas que nunca dejamos de tener y que ahora vuelven con más fuerza y, en mi caso, amargura.  Después de compartir risas, noches, bailes, confidencias a media luz y desayunos al amanecer, ahora suman más de medio centenar de días con otras personas dispuestas a desordenarnos la vida…  Y las noches de esos días no han tenido sonidos del sur para decirnos mil cosas con la mirada. Esos compases que quise regalarte, antes de irme, para que suenen en ese coche que fue testigo mudo de amaneceres de besos y confidencias. Vuelvo a levantar la vista. Dos meses he tardado en volver a ver amanecer una mañana de sábado.