Tres palabras bastaron en esta ocasión para sacarme de mi insustancial día a día. No recuerdo qué habíamos hablado en una tarde de café y humo. Seguramente de todo y nada, como siempre que nos reunimos. De Pascuas a Ramos. Habría que cambiar eso. Pero al despedirte, utilizaste una fórmula que me volvió a llevar al foro. Te alejaste, mientras yo seguí allí parada, noqueada por el destierro al que me llevó tu “adiós, reina mora”. Hacía mucho que no oía esa expresión. Posiblemente desde que el núcleo duro se dejó de reunir con asiduidad. Tradicional despedida de quién compartió pupitre y confidencias conmigo durante muchas clases. Por cierto, pelirroja, no sé si te lo digo a menudo, pero te echo de menos. Pequeño, a ti también, of course, y más ahora que sé que te voy a tener muy lejos.
Sin embargo, últimamente esas palabras me recuerdan al templo, para variar. En mitad de la calle, suelo bendito, con el frío cortándome la cara, mi mente me llevó a aquellos primeros días de Marzo. Inicio de la época culminante de la auténtica vida Ni-ni… ¿Qué si nos hacemos otro el viernes? Creo niña, que esto ya es vicio. Además, al contrario que tú, yo no tengo ninguna intención de aprender a bailar. Soy sorda del pie derecho y arrítmica del izquierdo. Pero nos lo pasamos bien. Eso es verdad. Y me despiertan cierta curiosidad sociológica estos nuevos amigos que nos hemos echado. Sí, el padrino y el notario. Singulares personajes. Venga va, el viernes estamos allí…
No te lo vas a creer, pero me ha llamado uno de ellos. ¿Cuándo le di mi teléfono? ¿En la mesa? ¿Cuándo lo de la boda? Ni idea. No me acuerdo. Bueno, pues que sepas que ya no hay opción de elegir, se van a sentar con nosotras sí o sí. Mesa para cuatro. Ojo avizor que se anuncian golfos. Yo creo que con peligro. La niña dice que no. Simpáticos y de sonrisa contagiosa. En la pista, clases de baile. No te dejan descansar, niña. Lecciones magistrales para aprender en tiempo récord. De aquí a Sara Baras, un pasito con arte. Mientras, en la mesa, la forja de una amistad. Primeras palabras a media voz. Con el rabillo del ojo sigo pendiente de mucho niño mono con camisita de cuadros y extensas patillas. No es plan de perder comba. A estas alturas, ya tenemos fichados a muchos. Algunos ahora son amigos de redes sociales. Pico pala cibernético. A nadie le amarga un dulce.
Sin embargo, no voy a engañar a nadie, sobre ti nunca fijé la mirada. No me llamaste la atención. No recordaba siquiera que me había lanzado a bailar delante de tu mesa, con más alcohol que vergüenza, en la noche de mi cumpleaños. Hay pruebas. En las distancias cortas, las cosas no distan de ser diferentes. Vas ganando puntos, claro, por tu verbo fácil, a la par que embaucador, y por ese carisma que tiene quién ha tratado con ángeles y demonios a lo largo de su vida. Pero en mi indiferencia, nada fingida en ese primer momento, hay algo que me descuadra. Me estas dejando claro, no sé si consciente de ello, que cumples un perfil que, salvo por un detalle, tiene visos de convertirse en peligroso para mi. Pero el detalle era, y es, tan importante e insalvable, que empiezo un juego con la tranquilidad de quién lo tiene todo controlado. Ahora en el exilio, viendo aquella noche desde fuera, creo que esa noche comenzó ya nuestro ratón y gato particular. Yo, tan versada en noches de golfos y conquistas como testigo indirecto, estaba convencida de apostar a caballo ganador. Ahora puedo decir aquello de craso error. Pero esta noche, a la que hoy he vuelto en mi destierro, me dejé embaucar por historias de amor y sevillanas. Aquellos aires del sur con los que puedes conocerte, enamorarte, enfadarte y reconciliarte, según me descubriste mientras mirábamos los sorprendentes avances de la niña. Empecé, a la vez, a sentirme parte del templo porque me descubriste, entre cubata y cubata, muchos de sus secretos.
Unas rumbitas para desengrasar. Nos animamos todos. Oye, oye, me has engañado: ¿no decías que no tenías ritmo? Tú acabarás bailando sevillanas, ya me encargaré yo. Sonrío ante la simpática amenaza Con el son caribeño vuelvo a la mesa, que esto ya es mucha tela para mí. Tras la salsa, el obligado pasodoble. El profe de la niña me anima porque quiere sacarme a bailar. Te levantas, y me miras divertido. O sea, que llevo dos horas aquí dándola conversación, porque no quiere aprender a bailar, ¿y ahora vas a venir tú a quitármela? No te lo crees ni tú, chaval. Reina mora, vamos a la pista. No puedo más que aceptar tu mano tendida, con una sonrisa en la boca y seguirte a la pista. ¿Y eso de reina mora? Es el pasodoble, que dice eso. Ahora lo escucharás. Sólo una cosa para bailar esto: nada de la mirada a los pies. Si me pisas, da igual. Quiero que me mires a los ojos y que te dejes llevar…
Cuándo recorrí las 42 leguas de vuelta, ya te había perdido de vista, amigo. Creo que doblaste la esquina. Camino recto a tu casa. Yo enfilé el que me llevaba a la mía. Pero antes de comenzar a andar, saqué el ipod. Repasé el listado de canciones buscando una concreta. Aquella en la que un duende va buscando en la noche los ojos negros de una reina mora…