Volví a pisar las calles de la ciudad que me acogió en sus noches, hasta llevarme, mala cabeza propia, al exilio. Aquella a la que le escribió, como nadie, Sabina, entre humo y whiskies. No tengo compromisos, y voy andando por inercia, acabaré dónde me lleve el viento, sin rumbo fijo. La primera visita de la mañana, era obligada por cercanía, y devoción. Si hubiera llevado sombrero, como Juncal, yo también me hubiera destocado al pasar por su Puerta. Y eso a pesar de la carpa, las luces y la música de Camela, que pretende, sin conseguirlo, convertirla en algo que no es. Recinto sagrado en el que algunos entramos con similar respeto al que lo hacemos en un catedral. Y perdón si se considera blasfemia, para muchos, es la verdad. El metro me lleva allí dónde nacen los caminos. Sigo sin prisa y sin rumbo: derecha, izquierda, arriba, abajo, sin destino.
Sin pensarlo me encuentro frente a la puerta en la que comenzaron muchas cosas. Detengo mi camino y me apoyo en la pared paralela para fumarme un cigarro mirando a aquella fachada, con la conciencia de que allí va a comenzar un exilio. No le pongo fecha exacta. Ya sabes niña que para eso soy pésima. Dejémoslo en Febrero. Yo ya había estado allí. El día antes, como perfecto regalo de cumpleaños, pero tenía que pasar por ese lugar para saludar. Extraña pandilla de edades y lugares distintos con una misma pasión. A algunos les ponía cara, a otros sólo un nombre, y a unos pocos, un simple apodo. Seguidores cibernéticos de un ídolo mítico. Debo reconocer ahora, que aparecí de casualidad, por un plan que se anuló a destiempo. Nadie me cree cuándo hablo de extrema timidez, sobre todo en los primeros encuentros, pero prometo que es verdad. Al final, el destino me llevó allí, y con ganas de liarla. Siempre para bien. Reconocí un par de caras en aquella cola, y puse mentalmente los nombres de guerra. Yo tenía el mío, claro, reminiscencia de un pasado, más o menos glorioso, en la red de los cuernos. Me acerqué con más miedo que vergüenza. Y llegaron los saludos, las presentaciones, los besos, los abrazos… Y una locura, la primera de tantas. Oye que pone ahí que venden una entrada por 20 euros. Estuve en 3 en apenas 15 días. Y lo volvería a hacer, por él, claro, pero también por empezar una amistad como la nuestra. 3, 5, o los que hicieran falta. Aquella noche, fue la primera, pero repetimos, como las natillas. Comando juventud. Horas a la intemperie, y ambiente enrarecido del que yo, como casi siempre, me enteré mucho después porque fui la última en llegar a aquello. Entré a una historia a medio empezar. Pero no importó. Hubo ese algo de una amistad grande que se nota desde el principio. Esa extraña sensación de cuándo alguien te mira a los ojos y sabes de inmediato que pasarás muchos años a su lado. Y esa noche nació un mote que se consolidó al sol de una puerta televisiva y que acabó convirtiéndose en modo de vida que nos hace coger aviones, atravesar España o planificar en un banco y con unas pipas, nuestros días en azul y blanco….
Vuelvo a mirar la fachada de aquel teatro y recuerdo como salimos de allí, a la carrera, en esa segunda vez. Aquella en la que fue él quién nos bautizó después de una tarde entre lagartos amarillos y señoras apurando el sprint… No olvido otra. La última. Y la más alucinante. Tú y yo, niña, en mitad de un día como ése. Emocionándonos con todo. Flipando con todos. Sin palabras para definir una noche como aquella. Y nosotras, como fans, pero fans, fans, contando aventuras folloneras a gente que conocíamos de la tele. Flipas… Apuro la última calada al cigarro, y tiro una foto con el móvil a ese gran teatro, el de nuestros sueños.