Salimos del coche encabezando el pequeño grupo que ha sobrevivido a la fiesta nocturna. Toca desayuno para reponer fuerzas antes de dormir. Andamos despacio, como si quisiéramos que el amanecer nos pillase bailando. De pronto te paras frente a un portal con la típica placa de algún negocio, que no logro recordar, e hilvanas una historia sobre un amigo que comparte profesión con los del cartel. ¿Abogados, peritos, ingenieros, arquitectos? Ni idea. Puede que ni sea verdad. Conociéndote quizás sea una simple excusa para que el grupo nos adelante, con normalidad, para que nadie sospeche nada (yo creo que la niña...). Nos entretenemos sin otro motivo claro, repasando la noche entre risas y, haciendo que los demás nos saquen, con naturalidad, 15 metros en apenas medio minuto. De récord. La puerta del bar apenas se ha cerrado tras nuestros amigos, cuándo me arrinconas contra la pared. No tengo posibilidad de escapar, ni la busco porque me apetece tanto como a tí. Pasión y ternura. Ansias y delicadeza. Apenas hace cinco horas que nuestras bocas se encontraron por vez primera; y desde ese momento, has buscado sitios y momentos en la soledad que a veces ofrece la multitud, para perderte en mis labios de nuevo. Era un 9 de Abril, como el sábado que viene. Será por eso que llevo una semana recordando aquel día. Sin dolor. Sin nostalgia. Con una sonrisa en la boca. Creo que ya no lo echo de menos. O, al menos, ya no me cuestiono los motivos, las razones o la necesidad de repetir. Pero tengo claro que cuándo coincidamos en una mesa ese mismo día, yo brindaré en silencio por aquellos primeros besos que me fuiste robando aquella noche de Abril.