Salimos del coche encabezando el pequeño grupo que ha sobrevivido a la fiesta nocturna. Toca desayuno para reponer fuerzas antes de dormir. Andamos despacio, como si quisiéramos que el amanecer nos pillase bailando. De pronto te paras frente a un portal con la típica placa de algún negocio, que no logro recordar, e hilvanas una historia sobre un amigo que comparte profesión con los del cartel. ¿Abogados, peritos, ingenieros, arquitectos? Ni idea. Puede que ni sea verdad. Conociéndote quizás sea una simple excusa para que el grupo nos adelante, con normalidad, para que nadie sospeche nada (yo creo que la niña...). Nos entretenemos sin otro motivo claro, repasando la noche entre risas y, haciendo que los demás nos saquen, con naturalidad, 15 metros en apenas medio minuto. De récord. La puerta del bar apenas se ha cerrado tras nuestros amigos, cuándo me arrinconas contra la pared. No tengo posibilidad de escapar, ni la busco porque me apetece tanto como a tí. Pasión y ternura. Ansias y delicadeza. Apenas hace cinco horas que nuestras bocas se encontraron por vez primera; y desde ese momento, has buscado sitios y momentos en la soledad que a veces ofrece la multitud, para perderte en mis labios de nuevo. Era un 9 de Abril, como el sábado que viene. Será por eso que llevo una semana recordando aquel día. Sin dolor. Sin nostalgia. Con una sonrisa en la boca. Creo que ya no lo echo de menos. O, al menos, ya no me cuestiono los motivos, las razones o la necesidad de repetir. Pero tengo claro que cuándo coincidamos en una mesa ese mismo día, yo brindaré en silencio por aquellos primeros besos que me fuiste robando aquella noche de Abril.
07 abril 2011
05 abril 2011
Escribir y torear
“Para ti, porque tienes más valor y más humanidad que aquella que te hace sufrir por la puta casualidad del nombre. Porque eres una gran aficionada y tienes unos labios que………….”
Un marqués, buen amigo, me ha recordado que tal día como hoy, cumplirías años, maestro. Y he abierto esa biblia que un dia te dio por escribir, y no he podido pasar de esa dedicatoria. Porque se me han puesto de pie los recuerdos: Palencia, Madrid, El Cardenal, Casa Patas, Feria del Libro… Y “Sagrillas”, como dicen mi amigos, porque fue en la pequeña iglesia de mi querido pueblo dónde lloré tu muerte. Un domingo de agosto en que se me quebró el alma cuándo me dijeron que te habías ido. Creo que aún hoy no me lo creo, porque te siento vivo cada vez que releo tus palabras. O cuándo miro de nuevo aquellos vídeos mal grabados en una tarde de locura. ¡Cómo se te echa en falta! Y no sólo entre cuernos y encinas… ¡Qué va! Porque yo sigo utilizando tus textos cuándo algún golfo se cruza en mi camino. (“El que más pone más pierde. En el amor lo cómodo es dejarse querer. En el toreo pasa lo mismo. Pierde casi siempre el que se entrega, el que no se cansa de acudir al desafío”). O cuándo siento que la vocación de juntar letras, desfallece entre sinvergüenzas del copia y pega (“Convertir una afición en profesión no deja de ser un servilismo doloroso, porque cuando el arte que llena el espíritu acaba siendo un medio de vida, necesariamente tiene que perder sinceridad”). Felicidades, maestro, dónde estés.
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