No suelo escribir por mandato. O por recomendación. Salvo por dinero, vendiendo cuatro letras mejor o peor unidas para intentar describir algo que me aburrió o me emocionó. Hoy es distinto, porque me diste la idea y con ella en la mente, abrí el documento en blanco. Le di varias veces a la tecla. Yo que me gano la vida, se supone, con esto, y que además mantengo este blog para expresar aquello que se me queda aún más adentro; ahora soy incapaz de cumplir lo prometido. Me pasa lo mismo que en aquellos momentos cuando abríamos un mail para dar las gracias, y no podíamos pasar nunca del saludo sin recurrir al teléfono para pedir consejo. Por algún extraño motivo, soy incapaz de expresar esa felicidad compartida. No puedo, o quizá no quiero, contar a la gente como nos emocionamos por un gesto o una palabra. Igual, simplemente, no me apetece plasmarlo aquí en un papel, porque me parece mucho más íntimo ese recuerdo que cualquiera del templo, de los golfos, del fútbol o de mil historias similares. Para lo nuestro, ya ves, hoy creo que prefiero un banco y unas pipas, más que un blog y un ordenador.
Perdóname. Porque, además, dándole a la tecla me ha venido otro momento. Y no sé si te di las gracias. Así que voy a provechar. Porque, ahora, tanto tiempo después, la cicatriz en el alma me dice que aquel fue de los peores de los últimos tiempos. Posiblemente un punto de inflexión para muchas cosas. Es curioso, pero de lo que más me acuerdo de aquella noche es de tu presencia, silenciosa y cómplice, a mi espalda. No hizo falta ni una petición de ayuda que el orgullo no me permitió hacer, ni una mirada de socorro que no tuve fuerzas para lanzar, ni una lágrima que me hubiese delatado. Oíste lo mismo que yo, me miraste a la cara y me seguiste . Sin preguntas. Testigo privilegiado de cómo todo se derrumbaba en un momento. Una frase que me ponía delante a todos mis fantasmas, o más bien demonios, del pasado. La constatación de que aquel, era ya y por derecho propio, el tercer tropiezo, y siempre en piedras parecidas. Y yo balbuceando entre espejos y madera verde, que no me importaba nada, que era un cúmulo de golpes en el mismo sitio... Excusas baratas para no afrontar la verdad. Así que ahí me di cuenta de que te merecías una explicación. Larga, profunda y completa, recuperando historias pasadas que juré enterrar en el olvido.
Y unos días después, me senté frente a ti, para que te entendieras porqué una gilipollez, (nunca pasó de eso) me estaba partiendo por dentro.
Releo y creo que es un relato inconexo, oscuro y casi sin sentido. No me apetece cambiarlo. Esto es lo que quería contar… Aunque no sé muy bien los motivos